Muy romántico eso del fracaso. Lo
llevas muy bien, sí. Paseas por callejuelas, visitas largos parques, te colocas
un sombrero hacia un lado o hacia el otro con un solo golpe de mano, saludas
evanescente a las viejas muchachas que se colocan en el pretil del río de tu
corazón o en las escaleras de cualquier infame discoteca que cierra tarde y que
te vomita bien macerado.
Sí, joder, hay que darte un
premio con un buen dinero. Sal de aquí de una maldita vez, que te vean y te
respiren los de allá fuera, que comprueben el halo perfecto que despides de
fracaso. El día que te entierren lo seguirías proyectando. Ahí yace el fracaso.
Sí, tú magnífico, envidiable fracaso. Sí, habrá que colocarse unas buenas gafas
de sol durante la noche en el cementerio; sí, así es, para leer tu epitafio.
Será la mejor atracción producida por un fracaso.
Me preguntas si te queda bien la
corbata, los nuevos pantalones de rayas, la camisa… Yo te contesto que no, Camilo, que lo
mejor que te sienta es el fracaso. El fracaso se ajusta perfectamente a tu
pecho y a tus piernas menudas de pajarito frito y asustado, a los días
lluviosos como éste donde habita el ladrido, la obra en la calle que nunca se
termina, el extractor del chino, el paseo del viejo junto a su diminuto perro
de lana, la señora que se coge del brazo de la ecuatoriana, el agente de
movilidad dirigiendo un tráfico ahogado y pestilente, la lectora que decidió detenerse
y ocupar el banco en donde dejas caer tus tardes ridículas a plomo.
Hoy sueñas con un enorme
auditorio en el que recibes clases de dirección de empresas, de comunity manager. A tu alrededor se encuentran cientos de personas
bien trajeadas, bien comidas y hasta aparentemente bien folladas, algunos en
esponjosos sillones de colores diseñados para la tranquilidad y el orden mientras conversan
con la acostumbrada educación. En apariencia todo muy diletante, muy exquisito,
¡vaya si lo es pues estás tú entre ellos! Es a lo único que puedes aspirar…
aunque, segundos más tarde, comienzas a experimentar una sensación de tristeza
y de ahogo, como si te hubieran introducido una hogaza de pan mojada en el
cerebro y no pudieras pensar en la traición que has hecho a tu vida para llegar a
esto, a quién debes dinero para que te golpeen así... Tu única motivación, Camilo, tu gran hazaña o
tu insoslayable logro personal se vería recompensado si pudieras desmontar todo aquello… Sí,
así es, y comienzas a actuar pero no sabes cómo y fracasas, porque no puedes
afrontar nada ante tanta gente, tanta expectación. No te sientes cómodo y lo
sabes. No todo el mundo puede triunfar como no todo el mundo debe fracasar. “Hay
que fracasar cada vez mejor”, dices cada vez que lo intentas, te lo susurras,
lo mascullas por la calle, con el pertinente cuidado de que no lo oiga nadie, de que
nadie se aproveche de tu grito, de tu “susurro de guerra”, ¡siempre hay que
tener aunque sea un susurro de guerra!... que más bien es un susurro de sometimiento
de vil servidumbre pues una vez humillado sólo puedes decir entre dientes lo
que piensas: “Anda, hijodeputa, tu putamadre”.
Así no se arregla nada. No, Camilo, no es
por amor a la compasión, ni por el mal de muchos… es porque te dan asco, te
producen un auténtico asco aquellos que te rodean… ¿voy a fracasar en un mundo
de cretinos absolutos? No hay que ofrecer margaritas a los cerdos. Ellos sólo
ven algo que podrían comer, deglutir, tragar, con lo que empapuzarse. Todo lo
demás no existe. Mi fracaso es único. Poderosamente único.
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