sábado, febrero 28, 2015

Buenos días, tristeza

De vez en cuando cae entre tus manos una breve novela, un libro usado y viejo, un librito de pastas duras y que se conservan firmes, un libro que has rescatado de no sé qué montón de libros en la Cuesta de Moyano, lugar habitual de éste que espiga de vez en cuando libros por aquellas mesas. Vuelves a casa y sin pillarte en la cocina, lo dejas reposando en alguna estantería, sobre cualquier mesa, a la espera de que sea capaz de captar la atención no se sabe bien si por el título, Buenos días tristeza (1955), o por el color de sus pastas verde-oliva y el ajado plástico sucio que cubre la cubierta original. O el brillante poema de Paul Eluard a modo de presentación...
No se sabe, no lo sé, no recuerdo bien, pero lo cierto es que un día me lo llevé a pasear y leí un par de páginas en el bus y tal vez fue la descripción o el parlamento en primera persona de la protagonista o cómo se describe la luz o se habla de la aparente ingenuidad o el despertar al sexo o al amor y al dolor, lo que me enganchó.
Una novela sencilla, con parlamentos interiores, con mucho sol, mucho mediterráneo y con señores y señoras de 40 desde la perspectiva de una chica de 15, aunque no se encuentra enfocada hacia lo que se podría denominar como novela de aprendizaje porque no se fundamenta en el aprendizaje de la chica sino de quienes la rodean también, y en esto se basa la novela. Sin ese tufo al "aprendizaje" sino, supongo, que el lector o lectora extraiga sus propias conclusiones.
No está de más decir que la escritora lo publicó cuando solo contaba con 19 años y que ésta, según dice la Wiki, fue una de las pioneras de lo que vino a llamarse la Nouvelle Vague.

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