lunes, agosto 17, 2015

Dos bolsas blancas

Después de una angustiosa pesadilla sobre el trabajo,
en el que una buena amiga, como colaboradora, me mostraba
los errores constantes que había cometido,
después de mi desolada necesidad de abandonarlo todo
y casi aventurar mi despido fulminante por verguenza,
después de todo ello, despierto, me siento en la cama
me atuso el pelo, y comienzo a entender qué es lo que pasa
o lo que no pasa o lo absurdo del sueño cuando llevo ya una semana de vacaciones.

Es así, la cabeza juega malas pasadas,
cuando más tranquilo parece que está la quijotera, más reposada la neurosis,
aparecen las preocupaciones que, sin tener que estar ahí, surgen
como fantasmas.

Por fin, me levanto. ¿Una cucharada o dos de café en polvo?,
la leche, el microondas. Un click, otro click.
No sabes si echarte un cigarro, lavarte la cara... Elijo salir a la terraza.
Me acodo en la barandal de acero que debe tener la misma edad que soporta este edificio,
y miro a un lado y hacia otro. Gentes que van casi a la carrera hacia el trabajo.
Al cabo de unos segundos escucho un voz. Parece la de una mujer.
Muevo la cabeza y observo lo que ocurre allá abajo. A la derecha,
una mujer joven con un bolsón, sale rápida de la estrecha acera y se interna en la calzada,
evitando así a la pareja de ancianos que viene frente a ella a unos quince metros de distancia.

Muy delgados ambos, el hombre con bastón y ligeramente inclinado hacia adelante,
con una chaquetilla oscura, responde con monosílabos, con frases muy breves
a lo que la mujer, más bajita, y que camina rápida y uniforme, le va diciendo. De hecho,
más allá, cruzan al otro lado de la calle por el paso de cebra y ella comienza a obtener cierta ventaja.
Pero lo que más me llama la atención, y no sé por qué, es que cada uno de ellos transporta
en la mano derecha la misma bolsa blanca de plástico. La misma porque tiene la misma forma
y me atrevería a decir que casi el mismo contenido. En un movimiento casual alzo la cabeza
y contemplo el cielo que muestra una disposición de cúmulos que se va perdiendo mansamente
en fuga en el horizonte. Mi cabeza se relaja casi por completo
y es ahí cuando vuelvo la cabeza hacia la calle y los ancianos y sus bolsas ya se han ido.

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