viernes, octubre 30, 2015

Torres Blancas

                                                          (Para Sarri)

Salgo al balcón-terraza.

Alguien debe estar quemando incienso.

Huele a una inabarcable catedral.

Es agradable.

Una inmensa catedral
con un única cúpula.
Abajo cantan un cumpleaños feliz.

Dudo de que la alegría y la felicidad
sean solo cuestiones de química
que se guarda en cada cajonera neuronal.

También recuerdo cómo en aquellos días
de la más extraña y enajenada desesperación
deseaba arrojarme por el hueco de la escalera,
hasta que una tarde
perdidos en el bello laberinto interior
de las Torres Blancas
nos contaron que una muchacha
decidió suicidarse así.

Su cuerpo rebotó en cada piso hasta llegar al final.

Nadie debería tener un final tan terrible.

La bici de mi amigo no cabía por el ascensor
así que el portero nos condujo directamente al montacargas.
Al llegar a un piso de mediopiso,
preguntamos, perdidos entre ondulantes barandillas
coronadas por el blando capitoné,

a un hombre que bajaba la basura
y este, en un vistazo rápido y prudente, nos evitó.

Gritas con esa borrachera de vida
que solo a los ángeles conforta.

Sonrío incrédulo ante lo que sucedía.
Una diminuta escalera en mitad del descansillo
nos condujo a la casa de la
amiga de la persona que allí conocí.
Un sueño no podía haberlo resuelto mejor.
En el salón tres mujeres y dos chicos aguardaban.
El desenlace dédalo acabó con una conversación
llena de dobles sentidos, bromas e ironía que aún me sigue divirtiendo.

Hablaste con esas palabras
que solo a los ángeles complace. 

Aún la tarde orillaba cada una de las esquinas del horizonte.
En calzones te chapuzabas
y se sumergía el día entre las nuevas tinieblas de la sierra.

El edificio de colores se encendía y apagaba a nuestros pies.
Apenas el aire.

Al bajar nos dimos cuenta de que habíamos despertado.
El brillo, extinguido.

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