jueves, mayo 19, 2016

Diario III

Dos palomas juegan a perseguirse entre balcón y balcón, saltando de una a otra barandilla. Una es blanca. Sobre las alas, a modo de distintivo de combate, tiene unas manchas listadas de un marrón muy claro. La otra es más común. No acierto a saber quién persigue a quién, pero, al colocarse a unos metros de mí, me miran (o creo que me miran) ejecutando una danza, un cabeceo como un tic constante. Ascienden y descienden, arrojándose al vacío. (Supongo que si en su cabecita existiera el
lenguaje humano no existiría el concepto de vacío). Mi querido amigo Chozas habla de que bajo mi ventana, sobre las cajas del aire acondicionado, siempre están follando las palomas.
Leo en las últimas páginas de Vila-Matas, Exploradores del abismo, su historia ficción con Sophie Calle quien le pide al escritor que haga una historia para ella, que ella misma se encargará de llevar a cabo. Pero antes habla de las Azores y me entran ganas de viajar a las Azores, recorrer las islas y desaparecer como él. También, tal y como narra en el último capítulo de este libro de relatos-novela, Gould, Monk o Handke han llevado a cabo un proceso de demolición del autor, es decir, el deseo de desaparición del autor. Lo que me llama la atención es el comentario en el que habla de que estos tres artistas fueron pioneros en la decisión de no pertenecer a la sociedad del espectáculo tal cual hoy la conocemos, pues todo ello interrumpe o violenta o, simplemente, jode el proceso creativo. Imagínate a una profesora que estuviera siempre requerida por otros para explicar por qué es profesora; imagínate a un electricista al que continuamente se le hiciera lo mismo:
El otro día usted se encontraba en tal edificio y en el piso cual, la letra pascual, arreglándole la instalación eléctrica a ***. ¿Se sintió reconfortado por el trabajo bien hecho al término de su labor? ¿Qué es lo que le hizo dedicarse a esta profesión? ¿Por qué hacen falta electricistas en el mundo? ¿Viene de familia?...
Joder, sería una locura. Todo esto es una explicación, un aparte, una digresión un tanto absurda que solo desea ser graciosa. Nada más. Es evidente que la necesidad de espectáculo se manifiesta también, y ésta es una manera perversa de describirlo, en una sociedad que no levanta ni quiere levantar la mirada del mismo foco de banal entretenimiento que la seduce continua y peligrosamente. Es decir, un espectáculo que deslumbra más que alumbra un proceso de pensamiento, un quehacer vital. Pero ¿qué proceso vital, qué pensamiento se le puede pedir a una persona que después del trabajo se despeña en su sofá y lo único que desea es evasión, tranquilidad y alejarse de los problemas o las banales circunstancias diarias? Sería en este caso, y por continuar con la broma, el momento en el que entrase en acción, mediante llamada telefónica, el que le requiere para un congreso de profesoras o electricistas y así incluirle también en ese continuo show en el que se podría convertir la vida de cualquiera. Digo, es un decir.

No hay comentarios: