martes, junio 14, 2016

Diario VII

No creo en la casa que no tenga un patio con árboles, luz y noche. Que no tenga fresca brisa o sombra reparadora. No creo en la casa donde no haya jardín. No creo en la casa que sea solo ladrillo y un césped prefabricado o lonas achicharradas que han transformado su color en humo.
No creo en esta casa. No hay paz para el hombre, por fin se ha conseguido. Era lo más importante, alejarles de la tierra para que se injertaran sus cerebros en el caldoso asfalto de las calles en ciudad achicharradas por el verano y los aires acondicionados. Antes, recuerdo, que se podía por lo menos viajar en el metro, ahora el calor infernal ha tomado los potentes aires.
No creo en la casa donde ni siquiera durante un segundo habite el silencio. El continuo cloqueo, borboteo, fragor, estampido de la ciudad. Necesito olvidarme de todo aquello que se va estampando en mis oídos y que al llegar, si llego, al campo, se transforma en sorpresa, en duda, en miedo... ¿es esto el silencio? Menos mal que han construido aquellos hijoputas una discoteca al fondo del pueblo y han barrido por la fin la via láctea con sus jodidas luces estroboscópicas de mierda. Repitiendo la misma idiotez durante los últimos 20 años... ¡si por lo menos en esto hubieran avanzado un poquito!

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