sábado, septiembre 02, 2017

En la noche, una mujer

Ocurrió hace ya muchos años. Ella estaba sentada en una mesa contigua a la nuestra junto a otras personas. Había un barullo tremendo, como siempre, y a veces, cuando la cosa se ponía jodidamente ruidosa, teníamos que acercarnos para escucharnos. Cabeza junto a cabeza.
Aquella noche, la gente iba de un lado hacia otro y parecía no parar nunca, surgía de cualquier recoveco de aquel lugar oscuro casi escheriano y se ponía a caminar arriba y abajo, o eso parecía.
Era un puto manicomio, y allí es donde siempre nos encerrábamos cuando llegaba el viernes por la noche a beber y a fumar porros hasta que se nos acababan los cigarrillos, el costo y la pasta.
Decidimos hacia ya tiempo hablar a nuestra manera y por culpa de ese mismo caos: casi a gritos. Y eso a pesar de que éramos los más silenciosos de toda aquella panda de trastornados.
Una mirada, una mirada hizo que mi desinhibición producida por las cervezas la saludara con una sonrisa y con la mano alzada, un saludo regio, un poco bobo. Sí, así es, fueron las cervezas quienes saludaron a aquella muchacha que nos miraba creo que curiosa desde la mesa contigua en lo que considerábamos nuestro refugio, nuestro garito. No yo, yo no la saludé, fueron las cervezas, las ganas. El barullo hizo el resto. Y los porros. Ella miró lo que hacíamos. Le extendimos un papel. Captó nuestra atención. Era una mujer singular, especial, pero no la recuerdo, no la recordaré jamás. Fue ya hace tanto tiempo. Pero recuerdo su energía. ¿No es suficiente así? Tal vez me engañe. Sólo recuerdo eso. No recuerdo nada más. Creo que eso es todo.
Su pelo negro, azabache. Su gesto también borracho como el nuestro, construía una perfecta comunión. La seguíamos. Queríamos que estuviera con nosotros. Vio que escribíamos, que escribíamos palabras a cada cual más garabato, estrellados siempre contra el nicho blanco del papel... y fue entonces cuando se dirigió a nosotros. Tomó el bolígrafo y con toda la furia del mundo, con toda la furia desatada, con todos los putos caballos galopando en sus ojos, comenzó un ir y venir, un ir y venir de la punta de aquel bolígrafo haciendo vueltas y revueltas... Yo la miraba fijamente. Estaba junto a mí. Brillaba. Sentí que lo hacía con toda la fuerza del mundo, con toda la rabia del mundo, con todo el asco del mundo y con toda la belleza del mundo. No se equivocaba en absoluto. Nos quedamos callados. Nadie dijo nada. Sólo mirábamos como escribía una y otra vez sus vueltas y revueltas con el cuchillo hasta que dejó de hacerlo. Cayó el bolígrafo sobre la mesa de mármol. Nosotros la mirábamos. Dijo unas palabras que no alcanzamos a comprender y se volvió. Nos dejó allí, terriblemente solos. Ella se volvió. Nosotros solos otra vez. Esa noche.

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