miércoles, septiembre 20, 2017

Notas

[El Retiro]

Salgo a la calle. Me cruzo con gente. Mucha gente. Una mujer intenta innovar, que se fijen en ella los "cazadores de tendencias". A su cintura queda anudada una gabardina clásica de color marrón [no sé qué hago en este automóvil, no lo sé. Conduzco, sin saber conducir, y voy chocando contra el quitamiedos en uno de los múltiples pasos elevados que existen en la autopista urbana. Tengo terror a que me descubran los polis. El coche se está destrozando contra el quitamiedos. Una y otra vez lo estampo contra él. Adelanto unos metros... como si estuviera conduciendo un auto de choque... otra vez... ¡slam!] y me dirige una mirada, me observa y y decido evitarla. Ella camina por su carril, yo por el mío. Surgen los corredores que de buena mañana. Esta vez se han transformado en anuncios móviles de un conocido banco y giran por el gran paseo en un azul cada vez más pesado y doliente. Multitud de marquesinas azules, móviles que giran al llegar a otro módulo, a otra gran intersección de la ciudad. Una y otra vez parecen repetir el mismo trayecto. Rostros de condenados en el quién sabe qué orden, qué nivel anillar de la Divina Comedia. "¡Caminando... te has abandonado!", grita la estentórea megafonía a los azules portátiles, móviles humanos... "No se detengan, aún quedan más vueltas a los más perezosos...". Castigo patrocinado por un conocido banco de un conocido país en un conocido mundo con su desconocida literatura que siempre nos interpela: "¿Pero qué estáis haciendo para que todo vaya tan irremediablemente mal?".
Un policía jubilado en bicicleta pasa junto a mí y junto a los setos, mirando a uno y otro lado, buscando con afán el crimen. Sólo están los gorriones acostumbrados, el ir y venir de las sombras de los hojas, multitud de hojas caídas que con las primeras lluvias del otoño quedarán empastadas en la tierra. Ahora comienza el trompeta rompiendo el original silencio (apenas se oía el fragor de los automóviles porque se había cortado el tráfico en domingo y ¡mira tú por dónde aparece el sonido que lo devasta todo!).
La gente empieza ya a abrigarse. Ha comenzado el nuevo año agroecológico, según dicen.


[A.]

Había tres. Sí, había tres. Uno: el chico con rasta hasta la cintura. Hoscas. El que tomó la caja de cartón con un plástico en el lateral a modo de ventana. Sí. Dos: La chica del pelo rapado, los lóbulos frontales, y de aspecto casi, muy parecido al chico. De su sencillo cinto a la cintura colgaba la cuerda con la que sostenía a su perra, negra, bruna, ladridona a otros perros, protectora de sus chicos. ¿Y el tercero?. Tres: la chica de la camiseta morada, de lycra, ajustada, con el pelo negro que caía en cascada sobre los hombros desnudos. Sí, eran tres. Los tres iban hablando de un proyecto en común, de una muchacha y un proyecto en común. Buscándose la vida, la vida sobre los adoquines, sobre los adoquines de las aceras urbanas.
[Pero detrás de ti, alguien hablaba de que Lluis Llach había atesorado 17 millones de euros, y los que había en la mesa, lejos de creérselo y por defenderlo, dentro de su "clase obrera", lo atribuían a una herencia anterior, lo que, en esencia, me parece lamentable, lo he dicho].


[P.]

Era un bar. Un bar. Un bar enorme. Un bar en el que todos cabían. Un bar muy cercano a la isla de
SãoVicente di Longe, en mitad del Atlántico. Un bar en el que, al salir de él podías, si lo deseabas, contemplar una pieza del Atlántico, frío, bravo, sin concesiones, abrupto, rocoso... Todo el mundo parecía acabar allí sin haber empezado desde hace mucho tiempo, desde el principio, o no. Un bar, cuando el sigiloso fulgor, el resplandor unívoco de la tarde destellaba, y que se convertía en un dibujo ácido y dulce, donde nadie rebuscaba en ritmos bravos ni en sigilosos ruidos... le falta una vocal a esa nube... ¿estoy llegando al vislumbre, a la revelación interior donde todo parecía tan claro, tan soñolientamente diáfano [Música de Rachid Taha y Cèsaria Evora] donde los poetas llegaban a la conclusión tan contundente, tan indescifrable y necesaria de "Volveré a escribir poemas de amor"? Un lugar donde era tan preciso, tan ejecutado, que no digamos, callemos, extremos de silencio, una vez más.
Pero volver a escribir poemas de amor entraña muchas cosas, por ejemplo, escribir poemas de desamor que es, por supuesto y todos los sabemos, desde donde tú partes...


[T...]

Escapar Uno. 
Llámalo así (...). El Escape como un acto generatriz inexplicable de tu vida, e incomprensible. Como si te hubieras dado cuenta de que estuviera uniformado a tu alrededor, es decir, aportar una palabra real a los demás, también por su verdad vital. Por una verdad vital que trasciende porque escapar para ¿llegar a algún sitio? Evidentemente sí, o no. Es como el acto de desaparecer, ¿desaparecer para aparecer en algún sitio? No. Simplemente se puede contemplar el reto de escapar o de desaparecer como algo en sí del ser humano, un proyeto vital necesario o ¿pero como premisa? ¿Premisa? ¿qué cojones crees que hago escribiendo esto después de 46 años aquí? 
Escapar. Después de un vasto análisis. Evidentemente no el único, pero sí suficiente.





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