jueves, julio 03, 2008

Camilo sueña más y mejor durante la siesta

Camilo sueña lo que no sueña por el día ni por la noche dedicada por entero al insomnio. Camilo se encuentra en una lujosa casa. Ana está bien bronceada, y su pelo, largo e intensamente negro, le riega los hombros robustos y bien torneados. Es una belleza grácil pero salvaje, que oculta su edad con delicadeza y con cierto esnobismo lo que se refleja en el ánimo que esplende su cetrino rostro.
Camilo se siente muy bien junto a ella. No es para menos pero la situación cambia drásticamente. Piensa que los años 80 y los años 90 e, incluso, la propia actualidad posee una entidad muy concreta: la capacidad de significarse a través de un aire especial, un color bien definido, la luz posible que nombran cada unos de nuestros pensamientos al rememorar el pasado, aquellos entonces… se transforman en enclaves casi físicos que atesoramos tan propiamente como un objeto cuando en realidad pertenecen al terreno de la ensoñación.
Piensa Camilo que desvaría. Piensa Camilo que la capacidad para inventar ruidos en su cabeza no tiene límites.
Ciertas personas aparecieron enfrentándose a ellos dos. Ana se encara, y aún así su rostro no pierde ni un ápice de luz. La sonrisa que le subyuga aparece igualmente en su rostro, en el rostro de Ana. En su perfil aparecen ciertas motitas negras, inapreciables, que denotan preocupación.
Todo el mundo; es decir, los que había en aquella habitación, se echaron sobre ella. Miradas que atraviesan, gestos impropios de aquellos atildados comensales, y él, Camilo, un personaje enamorado absorto de aquella mujer a la que estaban atacando de manera tan furibunda. Nada daba a entender su empeño por evitar aquella situación. Había caído otra vez bajo el influjo de las acusaciones. Camilo no pudo hacer nada por ayudarla. Algunos se acercaron con ira sin medida, y la Obregón solo pudo desaparecer, dejando a Camilo a su suerte, sin poder seguir disfrutando de su belleza, de aquel tiempo renovado, de la absoluta dispersión del tiempo para su posterior compresión en el huevo primigenio del falso, inexistente recuerdo.
Tras abandonar la casa-mansión-palacete, piscina de invierno interior climatizada y exterior de 25 metros de largo, cuatro calles, con influencias de Gaudí; porche con soportales at déco y un largo catálogo de etcéteras de relamido anticuario en todo tipo de objetos, Camilo llega a la ciudad con una erección enorme. Intenta, cuando le sucede esto, contenerse imaginando listines telefónicos, amebas filiformes, oscuras vísceras tumoradas… Lo primero que se le viene a la cabeza a través de su filtro de emergencia particular. Pero todo esto le resulta completamente innecesario cuando ven sus ojos como naves espectrales cruzan el cielo que comienza su atardecer. Parecen enormes aspirinas sobrevolando su cabeza. El pánico se siembra en la ciudad. Camilo está petrificado. Piensa que este será su último día. Piensa que nunca más volverá a ver aquella belleza voluptuosa, llena de energía y de luz; piensa que nunca será bien follado por la Obregón, y todo por algún gilipollas que en su afán de comunicación intergaláctica, fuera de su natural concepción en las relaciones humanas desea aparearse con deformes.
Maquinitas estúpidas sobrevuelan su cabeza.
Es hora de despertarse, Camilo. Vuelve a la oficina, escribe esto mejor o peor, sin apenas referencias a los colores del Apocalipsis, en la última posible hora de nuestras vidas, sin erecciones enormes, sin libido excitada, sin mujeres voluminosas que nos devolverán al útero materno de un solo golpe de cerviz.

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