miércoles, septiembre 10, 2008


En Faro, Portugal, tiré mis pantalones vaqueros a la basura, en la pensión, aquellos que odia mi madre.
Venían hechos un asquito del Festival Ola!, llenos de mierda, de polvo, y aunque quedaban muy guapos tenía ganas de que desaparecieran en un bonito sitio. Recuerdo una noche en la que me dio el punto de "customizarlos" y las patitas de elefante las recorté en tiras. Así aparecí en mis lugares de fiesteo. Inés no se lo podía creer. Le dije que así se llevarán también algún día. Debo advertir que quedaban un tanto ridículos. Hace años, me molaba más llevarlos caídos, ponerme tres camisas o llevar las camisetas al revés, con la etiqueta por fuera o simplemente pegarla un tijeretazo y punto. Era una fashion-victim del cutreo porque apenas tenía ropa y mucho menos me apetecía irme de tiendas. Aprovechando unas zapatillas Joma que las utilizaba para correr me las reconvertí para la pista, es decir, para el tartán. Las recorté por abajo y me las arreglé lo suficiente como para que no me jodieran el puente del pie. Cada vez que estoy en Burgos las encuentro en la parte alta de un armario.

Volviendo al primer punto -parezco un estúpido conferenciante- Faro es una ciudad que tiene un paseo parecido a la castellana en un lado y un pueblo de pescadores en el otro extremo.
Un lugar que alberga en su interior una bonita fortaleza, una ciudad vieja, una tienda donde se pueden encontrar azulejos del siglo XVIII y el hombre que la regenta, me recuerda a un portugués de alta alcurnia, con su paciencia y su gesto entre desinteresado y un tanto desconfiado.
-"Otro guiri idiota que se cuela en mi casa por curiosidad".
La tienda huele a piedra, a arena, a madera vieja. No es un lugar común, no tiene nada que ver con lo que seguramente vosotros estáis pensando. Nada más entrar, encuentras dos amplias mesas cubiertas por todo el material. Todo lo rodea, lo arrebata. Piedras, pequeñas lápidas con sus inscripciones, escudos, blasones... Enfrente de ti, una escalera, y en la parte superior, a mano derecha, una talla enorme desafiante, molesta porque no debe estar en su lugar "natural".
Entró otra pareja. Se fue. Me quedé solo. El hombre se levantó, ordenó en un cajón algunas piezas, trasteando. Le dije hasta luego, me miró, se despidió también. Al salir vi un enorme avión de easyjet pasar sobre mi cabeza. Cada cinco minutos, o incluso menos, una enorme nave te arregla el flequillo. Solo tienes que alzar un poco la vista. El aeropuerto está muy cerca. Aún es muy pronto, por la mañana. Llego hasta las marismas y se ve un final azul y verde con canales por donde las motoras, fuerabordas, o pequeñas barcas de pescadores se internan. Hay un lugar para embarcarse y darse una buena vuelta pero ahora no parece tener actividad y me quedo acodado sobre el pretil, observando la luz, el continuo rielar del agua, pensando en nada o no...
Pero lo gracioso del día aún no ha pasado. Había comprado un poco de queijo, fiambre, tomates y algo de pan. Allí estaba con ganas de comer y sin saber el camino de vuelta a la pensión, perdido. Debía tener una carita que pa qué... además en una de las calles me encuentro con una acordeonista tocando que "¡Viva España!... ¡España es la mejor!". Nada que objetar pero... Llegué al fin, comí y luego me puse a describir pormenorizadamente la habitación en la que me encontraba. Me resulta curioso, agradable y hasta tiene un punto morbosillo el encontrarte en una cama que vete a saber qué ha pasado por allí. Supongo que es uno de los principios de la imaginación. Pero yo me dediqué a hacer una descripción intentando que no se me escapara detalle alguno. Para esto también hay que encontrarse inspirado.
Por la noche, llegué a un bareto pequeño, estrecho, con gotera, y repletas las paredes con retratos del Che Guevara. En el centro uno de José Afonso, enorme, el más grande. Fue José Afonso el que escribió y cantó Grândola Vila Morena. El que dio paso a la Revolución de los claveles. Pregunto a la camarera por la música.
-El que cantá es José Afonso, ¿no?
-Sí, "Yusé" Afonso.
Se alegra mucho de que le haya reconocido. Sonríe. Superbocks y un gintónic sin pitorro censurador, a pulso. Me lo llena y apenas cabe un hilo de tónica. Los parroquianos comienzan a llegar. Un buen ambiente y uno de ellos, armado de periódicos y gafas, habla sin hablar -creo que es mudo-, habla con la expresión y parece que se comunica perfectamente. Los juegos de Pekín detrás de mí, en una pequeña televisión. Portugal ha conseguido su primera medalla de oro en unos Juegos, Nelson Évora, un triplista. Me alegro pero es que lo repiten tanto que no dejará de saltar durante los tres días siguientes. Vuelvo a la pensión y me recibe el mismo joven con pinta de licenciado en filosofía -qué pesadito con los filósofos, diréis-. Un buenas noches y a la cama.

(Ahora me encuentro escuchando a Cesarea Évora. No tengo trabajo. Me dedico a contar estas cosas. Ayer me empapé bailando Singing in the rain en el ático de un amigo y luego, al salir de La Aguja me refugié bajo el toldo de un kebab iraní a que pasara el pedrisco. Los brazos del toldo fueron bajándose con la intensidad de la piedra. Me volví a empapar. Los ríos que van a dar a la glorieta que es el morir).

(La fotografía pertenece al blog de Víctor Manuel Pizarro: http://ciudad-dormida.blogspot.com).

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