lunes, marzo 31, 2008

Poe-tic(a)s y Hugo Fontela, por ejemplo

Lo cierto es que no sé por dónde empezar.
Empezaré por el principio. (Jajaja, ¿¿¿es muy viejo???).
Una gran performance de Pepe Murciego en el Ven y vino. No suelo incluir la invitación del evento con anterioridad... no sé por qué pero lo cierto es que lo estuve pensando allí un rato. Sólo un rato. Lo suficiente. Ya está. Fue el viernes, suele ser el último viernes de cada mes a las 9 de la noche. Esta vez llevé cerveza. No quería mezclar. No me gustó nada el recital. Lo siento, pero me parecía previsible, muy sencillito y con reflexiones muy trilladas que no me llegaban. En cambio, la segunda parte, es decir, la acción, nos metió en su bolsillo Pepe Murciego. Lo consiguió. Pepe lo pasa mal. Le tiemblan las manos pero ahí que saca una performance de las buenas. Cuatro cosillas y realiza el sueño, la difícil sencillez, la cuestionada paciencia, repleto de sensaciones... y ya lo demuestra desde hace tiempo, por ejemplo, y desde que yo sé, en el Circo de Pulgas, en la calle Jesús María, cerquita de la Plaza de Tirso. Ahí tiene su pequeño circo, su espacio, que yo sepa, no tan extremo como el artista del trapecio pero con las mismas ganas y la misma imaginación... no sé si es así, no sé si es eso.
Afortunadamente acabé en la casa de Chozas y de Pili viendo pasar de un lado para otro los absurdos guantes de Mickey Mouse. No, no os voy a decir lo que ingerí aquella noche pero nada que no fuera habitual. A pesar de los guantes, a pesar de la atronadora y buena música que nos estuvo regalando DJ Shack.
Luego el pesado del gordo sobre mi cabeza toda una mañana y casi toda la tarde. La desesperación del bobo pensando que pierde toda una tarde por haber ganado una noche. Pero es que la gané y la lasagna que dejé en el microondas me regañó aplastaduja tras haber pasado toda la mañana lista para servir. Me la comí y ella lo agradeció. Ella siempre me lo agradece y yo la engullo con auténtico placer. Es un favor que me hace porque así duré luego hasta las tantas charlando con mi coleguita Sergio mientras un yonki robabolsos se afanaba en descubrir, al otro lado de la barra, lo que contenía su botín -perdón, pensé mal, tal vez fuera el de su novia quien aquella noche le había echo enfadar por unos celos, unas malas palabras, y decidió arrancarle el bolso en el último momento y descubrir el cuerpo del delito: un lápiz de ojos, un pintalabios, un espejito, un pelito de su culito azul (que diría el bueno de Ramón Irigoyen)... queda más bonito así pero es que iba quedándose con el espejito, con el lápiz lábil, con el pintamanchas... y así quedó y empezó a amanecer una hora menos porque nos quitaron una hora para que nos la devuelvan dentro de unos meses a interés bajo, no remunerado, capital que se esfuma como se esfuma un pintalabios en la boca de un yoni que no se queda con el pelito azul de su novia que al día siguiente vi salir de la casa encendida como alma que lleva el diablo de camino a la cunda de Enrejadores, Ensajadores, Embaucadores, lo cierto, Encundadores... Pero es que me he ido con la imagen del yoni del pelo largo, lacio, de nariz aguileña, ojos turbados y hundidos, manos como garrillas de príncipe de las tinieblas, y tez oscurecida por el barro sucio de la miseria y de la enajenación. Me he ido con él -un momentito, por favor, no se inquieten pero es que llevo intentando escribir un poema de esta guisa- a visitar a la Madre de todos los Caballos con su diminuta balanza y su enorme cuerpo flanqueado por televisiones, pelucones de oro, gepeeses, y montañas de locura y de violencia por un trozo de metal que valga algo y que sepa a algo... que se pueda inocular... a muerte, por ejemplo. Y el yoni saliendo a la carrera de la casa en llamas donde cientos de personas escuchaban a un cantante de un grupo llamado Evohé ( ¡ah! ese salvaje grito de las Bacantes en plena orgía de vino, brujas del siglo XVI, hechiceras, mujeres que intentaron burlar con el inocente (¿inocente?) útil del conocimiento y por ello condenadas a las hogueras del patriarcado y del odio irracional. Pero yo sigo con el yoni. Pasa junto a mí, arrastrando a su Eurídice a viva voz, de camino otra vez a los Avernos en busca de la Madre de todos los Caballos. Orfeo del siglo XXI. Yendo a la carrera, evitando el conjunto de almas que se mueven, agitándose en busca de otro tipo de dosis, dosis que también nos embriague.
Y luego me encontré con amigos y allí que hicimos una cola para no poder entrar a la bacanal organizada por otra mujer, Amparanoia -que seguramente fuera condenada a su propia fogata en otros tiempos, o condenada a pequeños fuegos en este-. Para seguir dando palmas siguiendo el ritmo de los The Village People "In the Navy" en un bareto de amabilísmos peruanos o mover la cabeza con Vanilla Ice... en fin, que se petó de gente y nos fuimos porque ya no nos oíamos las gilipolleces que decíamos.
Así que llegamos al Tren Vertical, al Malatesta, y presenté a un poeta que nunca había recitado sus versos en público, que casi nadie conocía con el acompañamiento de unos platillos, un tambor, unos timbales... acentuando el ritmo a galope de las palabras, leyendo un cuento, al finalizar, un relato, un pedazo de cuerpo que fue algún día, llamado La Fábrica de sexo. O arañando muebles o recreando un funeral o extirpando un dolor hondo, de los dolores hondos y no pequeños, alzándolo en palabras, despojándolo para luego llenarlos de sustantivos, verbos, adjetivos... Llenándolo así, descubriéndolo así, extrayendo la pulpa de un sentido de un ruido que surge y que no se calla para ponerlo delante de uno mismo, y mirar cara a cara con solo la palabra a un fantasma...

Sí... Parece la barca de Caronte. Tanto de aquí para allá pero quiero terminar emplazándoos a una movidilla muy pero que muy guapa: Jueves, 3 de abril, a las ocho de la tarde en Centro de Arte Moderno, c/ Gobernador 25, esquina San Pedro... allí estará la incombustible Yolanda Pérez Herreras haciendo de nuevo de las suyas... entre otras personas que participarán en el evento: Poe-tic(a)s.

Y ahora la despedida:
No os perdáis la exposición de Hugo Fontela en la sala de Casa de Vacas del Retiro. Son cuadros para abstraerse en ellos (¿de ahí vendrá lo de abstracción?). Es decir, me gustan más sus enormes cuadros, su perspectiva general, sus dotes para crear una atmósfera (¡vale!, esto está muy manido...) vaporosa, donde se aciertan algunas figuras que remiten a desapariciones...
¡De acuerdo!, recordé aquellos cimientos abandonados que me encontraba de camino al colegio cuando era un crío. Esos viejos y retorcidos hierros embutidos en el hormigón, vigas descascarilladas que surgían de la tierra como algas de metal en un panorama de secano burgalés. Eso es, así como de buen puntillo que me dio. Y sólo tiene 21 años. ¡Qué c***...!
(La primera imagen pertenece a Yolanda Pérez Herreras).

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