noctívagos revista

Un Brueghel

Hay un hombre, un señor, un tipo enfrente de la panadería del DÍA. Habla pero no se le entiende: farfulla. Al llegar a la caja, y yo tras él, habla de que su padre le decía: "Dentro de poco las mujeres irán desnudas por la calle", y habla con el cliente anterior y este no le hace ningún caso. Ni le mira. El hombre sigue hablando: "Me tiro al Metro, yo por tres euros y medio me tiro al Metro"... "porque tres euros y medio en la Casa de Campo"... "porque a mí nadie me espera en casa, ni mujer, ni hijos"... "Con esto como..., y esto para mí" y señala la barra de pan "y esto para después, para que se me quite la resaca" y señala la lata de Cola antes de que haya señalado el litro de cerveza. Una y otra vez lo dice. Se marcha. Ha dicho tantas cosas. No sé, no recuerdo.
A las 7 y media de la tarde me lo encuentro sentado en un banco. No lleva la chaqueta marrón, la de punto. Los ojos inyectados en sangre están cansados de ver y de beber, pero aún conservan ese azul sereno de locura pequeña del que sufre.
Al día siguiente debo llevar a una oficina un encargo. Un encargo que trata de unas copias que no se pueden imprimir donde trabajo. Es por la tarde. Estoy sentado esperando a que salgan por la impresora de aquel lugar que no conozco. Alzo la vista y en el techo una pequeña horca que cuelga del aluminio cuadrángulo que cubre las lámparas de oficina. Listones de aluminio. Una diminuta horca negra de plástico. Sutil, para ahorcar amapolas, mariposas o pájaros.
Y pienso que soy extremadamente pequeño. Que me han descubierto. Mis dos formas de suicidio preferidas. (Y creo que el error más triste soy yo.)
Llego y entrego las copias. Observo un cuadro de Brueghel del siglo XVI, 150.000 euros. Podría tocarlo y me parece precioso y el tipo aquel de rostro verde, en el centro del cuadro... un verde fino y muy delicado. Se agarra como un Napoleón su propio hígado ante el contador de monedas. Sonrío y me llena de satisfacción contemplar el cuadro. Tan lejanos los dos. Me asomo a ese cuadro como si se me permitiese asomarme a una ventana. Los que le rodean, y él mismo, muestran unas bocas que parecen ventosas, bocas de anélido.