Lenz, George Büchner
Hace unos cuantos años que no leía la maravillosa y reveladora obra de Büchner, Lenz. Recuerdo que me la regaló mi querido amigo Juan T. cuando andábamos en aquel curso de literatura germánica de la facultad y con aquel magnífico profe-actor llamado Abraham Martín que nos ganaba al futbolín (un día sí, otro a lo peor) en un garito de Ópera a las 4 de la mañana sin despeinarse. Y nos apostábamos libros y al salir cantábamos a voz en grito A las barricadas, con un par... Abraham fue quien nos habló por primera vez de este libro, como de tantos otros (o del No volveré a ser joven de Gil de Biedma... lo recitaba mientras metía unos trallazos que tembalaba toda la madera) primer ejemplo de la narracción de un proceso esquizofrénico en otro autor alemán llamado Jakob Michael Reinhold Lenz (1751-1792), poeta malogrado, muy amigo de Goethe, y que en su espíritu romántico, rebelde y de rechazo a una sociedad anquilosada, idiotizada por el pequeño-burgués, ascendió a tales alturas que como Ícaro cayó luego fulminado por el deseo de transformar la sociedad (o a uno mismo).
El principio de la obra es de una electricidad, de una capacidad de sorprendente derroche de velocidad pero de una deslumbrante claridad a la hora de describir el estado del personaje que se reúne con el Todo, por más que le sobrepase y le duela, porque es dolor cuando se llega a la percepción más completa de las cosas, cuando la búsqueda es completa y no hay concesiones. "Creía que debía trasmudar en sí la tormenta, abarcarlo todo en sí, se revolvía en el todo, era un placer que le dolía" o, más adelante, "Allí se quieren figuras idealistas, pero todo lo que de ello he visto son marionetas. Este idealismo es el desprecio más ignominioso de la naturaleza humana. Inténtese una vez y húndase en la vida del más humilde, y reprodúzcasela en las convulsiones, en las alusiones (...)", también "el mundo que había querido aprovechar tenía una grieta monstruosa, no sentía odio, ni amor ni esperanza, un vacío tremendo y sin embargo un torturante desasosiego por llenarlo" para terminar con estas palabras reveladoras que tras el empuje vital, tras el deseo de comprender y comprenderse acierta en el total desasosiego: "Parecía muy lúcido con la gente, hablaba con la gente, hacía todo lo que los otros hacían, pero había en él un vacío atroz, ya no sentía ni angustia ni anhelo; su existencia era una carga necesaria. Así siguió viviendo". Estas últimas palabras reflejan toda una situación creo que también muy actual y presente. Una búsqueda de la paz, la tranquilidad de espíritu que se ve quebrada por la extrema sensibilidad de aquel, que como decía Hölderlin, quien siente en exceso ha de saber sufrir en exceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario