Ya se ha hablado aquí de Robert Walser, del efecto Walser en este blog, a través de la obra del escritor extraterrestre llamado Vila-Matas. Tanto en El Mal de Montano, como en París no se acaba nunca o Doctor Pasavento. Walser es un escritor al que siempre he tenido muy presente desde hace años, desde que descubrí su instituto Benjamenta o El Paseo. Un tipo que afrontó en su literatura la desolación, el desbordamiento vital y sensorial ante una sociedad que prepara a sus individuos para la gran ciudad, educando para una adaptación siempre vulnerable a los cambios casi inmediatos e impredecibles por lo que siempre se genera rechazo, enfrentamiento, insatisfacción y extrañeza... la adptación que todo sistema necesita exclusivamente en función del sometimiento del individuo a la Máquina. Por todo ello Kafka hablaba de él a su amigo Max Brod con absoluto apasionamiento, como si hubiera descubierto a un hermano que "comprendiera" -aunque nunca llegaron a conocerse- los motivos ocultos de su escritura. Imagino que Kafka, si hubiera leído Bartleby, el escribiente, hubiera tenido la misma sensación. He ahí el hecho de "la desaparición", el de no ser computable para una sociedad alienante, el de operar desde el anonimato.
Y ayer vi a José Antonio Marina hablando de la educación (parece que tiene un complejo educacional de más de 1500 ¡padres! para enseñarles a ser padres...) y la proyección me parece acertada: el trabajo del mañana no se conoce hoy, es decir, qué trabajos se desempeñarán mañana si el mundo y la tecnología (en "el Primer Mundo") cambia de forma casi exponencial, entonces se trata, según entendí, a enseñar a crear respuestas ante los retos del mañana, lo que viene a decir a ofrecer a los niños capacidades resolutivas basadas en el autoaprendizaje, al autoestima y la capacidad de aprender y desarrollarse sin tener miedo a un futuro porque lo aprendido servía para el ayer. Una inteligencia plástica y resolutiva.
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