Luz preñada
El consiguió corregir el defecto de su párpado. Se decía que el párpado semicerrado pertenecía al diablo. Contemplaba una fotografía de aquel Robert Johnson con su párpado semicerrado en el disco Sweet Home Chicago, mientras escribía en su portátil. Además escuchaba su música a través de una página de internet. Tenía la TDT puesta en Radio Clásica y hablaban de la conservación de los animales y de la naturaleza y apareció Erik Satie. Acabó el tema de R. Johnson. La voz habló entonces de un pianista japonés Richi Takajasi. Eso es lo que entendió. Siguió escribiendo mientras sonaban las notas. Punteadas, graves, estalactitas, suavidad. La penumbra, la oscuridad total en un cerebro. Se levantó para coger del frigorífico la tercera o cuarta cerveza de medio litro (Preludios flácidos para un perro...) que había comprado en el Lidl aquella tarde. Estaba arruinado. Sin hipotecas. Solo debía dinero a un par de personas y era una cantidad casi irrisoria para las cifras que se barajan actualmente. Dudó de lo que había escrito en cuanto a lo de estalactita... ¿o estalagmita? Escribió la primera en el buscador y apareció también en la definición Lágrimas de Nicolás Caballero. Buscó Nicolás Caballero y encontró (¿también letrista?) Jalisco no te rajes. "La música es un juego de niños", escuchó en la radio.
-“¿Sabes?”, dijo, “ya no amo con pasión a nadie”.
Comenzó a hundirse en sus recuerdos y surgió la imagen de aquella noche en la que abrazó a un amigo mientras conducía en una estrecha carretera secundaria. Su amigo se dirigía directo hacia el morro de otro coche que venía en dirección contraria ["apriétame la mano (...) estás que te sales, ¡colega! (...) no me ralles (...)"] se abrazó al amigo que conducía para evitar el choque frontal con otro coche ... "Estoy aquí, estoy aquí... contigo". Le gritó varias veces mientras veía cómo las dos luces se iban acercando, se iban agrandando... Dejó de acelerar. El coche al que estaba adelantando se colocó de nuevo por delante y evitó el accidente. Una hora más tarde los otros dos invitados se fueron. Él se quedó. Toda la noche gritando. Arrojó los zapatos a la chimenea. Los libros parecían desplomarse, reverberaban sobre la llama enorme que iluminó la habitación entre aquella oscuridad. La misma llamarada que surge al quemar una enorme muñeca vieja, una muñeca de niñez en una chimenea que al arder emite un calor enorme, una luz preñada.
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