martes, diciembre 28, 2010

Capri c'ést fini, Hervé Vilard

En el año 65, me puse mi jersey de pico sin pico (más bien de mezclilla), mis pantalones de pinzas y quedé en la Casa de Campo con una amiga muy guapa y le di una sorpresa. Había traído mi mejor cara de bueno, aquella con la que estafo a todo el mundo. Pero decidí, no sé el porqué, ignorarla.
Ella vino directa hacia mí, yo miraba un plátano de sombra. Me había apoyado en uno de esos bancos llenos de grasa y restos del domingo. Pasó de largo, pero aún así no dejó de acompañarme en todo lo que quería decirle. ¡Qué bonito vestido llevas! –aún en esas, mis palabras eran siempre otras. La ignoraba.
Dimos juntos un breve paseo entre las hojas, entre robustos y jóvenes árboles.
Bordeamos una valla de piedra y un castillo al fondo que no existen (?). Era otoño y es habitual que ciertas arquitecturas aparezcan a su albur.
Luego dimos un paseo junto al lago. Afortunadamente no habían puesto ese enorme chorro y no sé qué de un "caprí... sé finí" me venía de manera constante a la cabeza. Pusé los codos sobre la mesa de un banco, esta vez ocupada por restos de bocadillo de mortadela, una lata de cerveza... Quise recuperarme del asma atroz que me ahogaba… Seguí ignorándola.
Ella me seguía como una cantante de ópera y su larguísimo pañuelo en su mano derecha, pero la ignoraba.
Nos sentamos. Quise tocarla, pero no se dejó, te juró que no nos tocamos. Ella me miraba en la distancia, yo buscaba un bonobús.
La vida es una mierda. El amor es una mierda. Y esta balaustrada está comida por el moho y la nostalgia.
¡Pero quién se le ha puesto en las narices volver aquí de nuevo, por qué te has vuelto a apoyar, no pienso coserte las coderas y además este paseo no me gusta nada, me voy en el coche con el mayordomo, ahí te quedas pimpollo! 
Y a partir de aquel día, no la volví a ignorar jamás.

No hay comentarios: