jueves, enero 27, 2011

Miguel Merino, Hierros invisibles, Barcelona, Huacamano, 2010

Mi buen amigo Juan Miguel, extranjero en Berna, me hace llegar su último libro por correo postal. Abro el buzón y... ¡alegría!, un paquete y en su interior un libro con sus últimos poemas... Todo ello llega después de mis dudas a la hora de escoger lectura antes de salir de casa. Esto me viene mejor que perfecto. Lo primero que hago es comprobar cómo le favorece su nuevo nombre, que ya aparecía en Poesía Capital, y la cuidada cubierta de Huacanamo. Miguel Merino es un nombre que pienso más reconocible y sencillo, porque de alguna manera su poesía, su creación poética —ya que, como sabéis, además hace canciones— es directa, eficaz y con ritmo... no hay duda de que sigue siendo quien en una presentación de la revista La Zampoña (tal vez en el año 93 o 94) se armó de desparpajo, naturalidad y alevosía y se fue por un rap cuando el rap era cosa extraña en Madrid.
Pues bien, Hierros invisibles es su segundo libro. El primero llamado El invierno metido en los pulmones está publicado en Línea de Fuego, una editorial de Oviedo que, entre otros, acogió a Roger Wolfe, Pepe Ramos, David González o Karmelo Iribarren... agentes peligrosos y perturbadores de la joven poesía española.
Anteriormente a sus dos libros habían aparecido una serie de plaquettes en la editorial Crepitus —que no es otra historia que la imprenta del padre de Pepe Ramos de donde salían, de forma artesanal, y gracias al bueno de Pepe, estos pequeños e importantes regalos de la edición española en Alcobendas— Sin pena ni gloria (1997) —con una ilustración de cubierta muy entrañable y contundente— Condenado a vida (1998), Nada adonde huir (1999) y la última, titulada como su primer libro, en el año 2000. Todas  las cubiertas están ilustradas por Javier Vilches que, como he dicho, no tienen desperdicio por originales y con un puntito irónico muy tierno.
Hierros invisibles es una gavilla de poemas estructurados en cinco partes, y un epílogo en el que nos habla del porqué de su poesía, la escritura, la figura del poeta y la responsbilidad de este para con el poema, etcétera. Sin ser extenso, en este libro se muestra Miguel como un poeta que no desea cambiar el mundo sino que intenta desentrañar el suyo, mira y describe lo que observa con atisbos de melancolía pero de enorme sinceridad y capacidad para hurgar en lo cotidiano —Miguel también ha sido traductor y compilador de la excelente antología de W. Carlos Williams en Alianza editorial. Miguel siempre lo ha hecho con acierto porque sabe mirar con bisturí, paciencia y sobriedad, y así lo demuestra en sus versos que están impregnados de íntimas reflexiones, con una visión que desentraña y que acerca al lector, que lo sumerge en imágenes perfectamente construidas y delimitadas donde aparecen paisajes de Piatigorsk (en Osetia del norte, república de la Federación Rusa, después de la capital Vladikavkás es la segunda ciudad más importante y fue el segundo lugar en el que recaló después de su marcha de Madrid, como curiosidad fue allí donde perdió la vida en un duelo el poeta romántico Lermontov), Minsk, Crimea o la propia Berna donde actualmente reside. Su quehacer poético podríamos denominarlo de corte narrativo pero con ritmos muy marcados, Se genera una bien pertrechada actitud rayana en el estoicismo y se habla de los límites de uno, del irremediable paso del tiempo en lo físico y en lo mental, en el que aparece a modo de oráculo "No puedes/más/que ser" (joder, me encanta esta toma de conciencia), o se dialoga con el hijo hipotético que no futuro, las mujeres cotidianas en encuentros imprevistos y que ejercen cierta atracción, cierto magnetismo que burlan y alumbran la vida gris y habitual de uno mismo; en fin, las grandes preguntas hechas con la tranquilidad o la parsimonia no del desencanto sino de las ganas del vivir, del seguir preguntando.
Un libro creo que recomendable para estos tiempos de ansiedad y disfrute a tope de todo, aunque al final sea de una nada más vacía e hinchada si cabe. Para terminar, se aprecia la maestría de un Roger Wolfe pero el ritmo lo adscribiría más a un Josep María Fonollosa (lo que me llama la atención sobremanera) del estoicismo o la brillante ironía de Quevedo... en fin, lean, disfruten y recuerden las palabras de Pepe Ramos "sigan rascando, hay miles de buenos poetas" (más o menos era así).

(Después de algunas puntualizaciones que me ha hecho Miguel Merino referentes a la geografía profusa de la Federación Rusa este parece el artículo definitivo.) 

2 comentarios:

Gsús Bonilla dijo...

me lo pido.

alf ölson dijo...

Pues a disfrutarlo, mi querido Gsús.