martes, enero 31, 2012

El Transparente

                                                                                      (Feel the beat, Najwa Nimri)

¿Lo inmenso, lo necesario es quedarse aquí! ¡Ahora! ¡Sentarse aquí!
Y hace frío, pero no hace frío. Es solo una sensación mundana.¡Y la noche!
¡Qué sensación de nada! ¡De ausencia de uno mismo!
(¿De ausencia de uno mismo... ¿has dicho eso? ¿qué has querido decir?
¿hs querido decir eso? No, espera. No has querido decirlo.
Quisiste decir algo parecido a que eres capaz de desprenderte de ti mismo y debe ser eso dejar la mente en blanco en ausencia de uno mismo, cualquiera sabe ¿verdad?)
Pasa alguien enguantado en su abrigo, un diminuto sonido.
Detrás, su sombra, pisándole los talones, esquivando cada una de las ranuras, de las esquinas,
encalomándose a los perrillos, a las basuras,
siendo el perfil que desaparece a la luz amarilla del paseo.  
Muchas las horas, ¿para qué ambiciones?
menos cuando se acierta con las costumbres venideras.
¡Ah!, este trajín continuo, como si fuera un picor, una parte de nuestro cuerpo necesaria pero intrascendente.
Podría estar aquí un largo etcétera, jugando con mis dedos, observando la punta de mis zapatos.
Ellos me hablan con sus miradas, o simplemente me citan o señalan y al punto se olvidan, nos olvidamos
como de un paso pretérito, uno y otro, caminando, respirando por los ojos sin los sentidos,
y como yo me olvido de ellos, o sí me olvido de ellos, un lento y perezoso transcurrir de sílabas en un libro abierto incomprensible.
La policía llega. Me dejan tranquilo.Que respire.
(Respira, chico, respira -me dicen y les entiendo
porque son los mismos que acompañaron a Orfeo a los infiernos a buscar a su Eurídice después de haberle atropellado a traición en una calle de París junto a un café atestado de zapatos que decían pertenecer a los poetas, a sombreros que decían pertenecer a los poetas, alhajas, relojes,y otros latidos, conducían motos con pilotos azules y se cubrían con gorras donde la lluvia juega al ajedrez con el sudor) 
Mis cosas se cubren de color.
Me cubro de color y de diminutos dolores como sonidos.
De oscuros barnices que se estampan en el cuerpo.
Se deja querer este lugar: los 360 grados que abarcan el giro completo del cuerpo sobre este punto.
E                                      J                                      E
¿Pero qué es la belleza sino quedarse aquí como una extraña llamada, como la verdadera religión?
Deja que pase el tiempo pues es de lo único que aún guardamos. 
Esa piedra en la bocabeckett. Pero se ha de comer y regarse.
Nadie, sí, ese muchacho. Esa mujer. ¿Líquidos?
Nadie sabe lo que se hace aquí. Creo que por fin estoy aprendiendo a olvidar.
A adaptarme. A ser. Por una vez. Saber por fin también cómo es uno.
El espíritu del espacio. Un ser recogido perfecto tibio favorito.
Aprender a desaparecer también. Todos los días.
Empiezo a comprender. Mis uñas, mi pelo han crecido. El color es cada vez más perfecto.
Exacto, así es. Exacto.
Soy mi propio lienzo si fuera un cuadro.
Soy un perfecto signo si fuera lenguaje: han puesto nombre a este objeto.
Lo he conocido: volaba un papel, una hoja de un árbol, un otoño.
Transformarse en pensamiento, en el horror de existir para siempre, en todo lugar.
La conciencia de un MI en todos.
Dejé de hablar y mis palabras fueron de hierro.
Saber cómo mirar cuando la luz es la luz y se comporta como cualquier animal más.
(En ocasiones los mataderos de luz también)
(Detenerse en la transpiración de la luz aún es imposible).
En ocasiones me embarga la dicha cuando reconozco mi aprendizaje por desaparecer.
Parecía imposible cuando me lo propuse.
Ahora soy cualquiera que observe: aquel niño y soy el niño que agarra la mano de su madre,
el perro que olisquea el pie del árbol,
el perfil blanco del dibujo del avión,
la luz que viste un atardecer y se disipa.
Aquella estrella que no conoce, ni conocerá jamás su propia materia.
El silencio.Nada de silencio, ruido que palmotea en mi cabeza aburrido.
Conseguir silencio es una labor. Como arar un campo que se amanece y descalzo se recorre.
El silencio cuesta un ojo de la cara.
Por ello baja tuerto Orfeo (con una mano oculta el perfil de su rostro que es sombra) de nuevo a buscar a Eurídice y se encuentra siempre a la policía.
Un bocado de silencio no tiene grilletes, ni sabe dibujar.
Vuelve a la tierra y la nutre, vuelve a la tierra y es semilla.
El silencio no es un cuerpo que se arrope con el silencio dentro de un ataúd.
Orfeo encuentra al silencio en los infiernos que es su amada.
(Por cierto que el silencio no es un cuerpo con miles de gusanos devorándolo)

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