sábado, enero 28, 2012

Estoy hablando con un colega en aquel bar atestado de gente. Son las dos de la mañana. Veo cómo se cruzan las miradas entre ellos, entre mi colega y ella. ¿Se conocen? Una chica joven y muy bonita. Él pasa junto a ella. Ella le toca la espalda, le acaricia. Se va al servicio, vuelve. Se miran y espío sus miradas. Se perfilan. Viene un chico con ella. Hablan, se divierten entre ellos, delante de mí con otro tipo de la barra. Ríen. Mi colega está detrás. En silencio, todo está en silencio mientras está detrás de ella, o eso creo. Oigo su silencio enorme que es capaz de acallar el ruido de las conversaciones, de la música, de las risas, de los ojos, de las copas al chocar contra la barra al servirse. Es lento, todo es muy lento. Ella gira su cabeza, le busca. Él ignora. Al rato viene mi colega y le digo que debería hacer algo al respecto. Se acerca, se acercan. Los tres, hablan. El chico, la chica y mi colega. Se van hacia el fondo pero mi colega se despega de ellos. Coge su abrigo y se va. Ella sigue sonriendo. Baila. Pido otra cerveza, hay mucha gente, vuelve el ruido, el ruido continuo. El ruido de siempre, ¿sabes? Seguro que mi colega ha temblado. Un temblor duro y de caliza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

y yo he temblado leyéndolo...