lunes, octubre 29, 2012

Un poco de Truffaut, y algo más



“Se está enamorado cuando se va en contra del propio interés”, El amor en fuga de F. Truffaut.

Un amigo me enseña una edición de 1930 de El Jardinero de Tagore. Traducida por la mujer de Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubí, mujer que en su país ya destacaba especialmente por su actividad literaria antes de conocer al escritor español. (Siempre relaciono en mi cabeza a Yoko Ono con Zenobia. Yoko ya era en 1964 una mujer reconocida por su trabajo en el happening o la performance, sabía muy bien lo que hacía, independientemente de que le guste o no al respetable público. Ayer salió parte de una entrevista de un documental sobre Los Beatles en la que McCartney explica que Lennon iba a dejar el grupo por sí mismo, no necesitó de la presencia de Yoko, Lennon iba en busca ya de otros horizontes. Esa maldita manía de encastillar a los artistas, así pasó con Dylan, como Philip Guston en pintura, por ejemplo.)
Las pastas son de cartón y el texto se resuelve en las páginas de manera muy limpia, es decir, apenas son quince líneas con un cuerpo de letra de 16 o 18 puntos. El papel se conserva estupendamente, circunstancia que no se verá en la gran mayoría de los libros que compramos actualmente. Los libros hace 80 años eran diferentes, como muy diferente era la realidad en la que se encontraban.

En la puerta del garito hay un revuelo considerable. Una empresa ha montado el chiringuito y regala gorras, camisetas y bebida que es lo que realmente promociona. Mucha gente fuera, fumando, sola o en compañía. Estoy con un colega comentando la jugada. Una mujer se nos acerca. Me pide fuego porque en ese momento ando liándome un cigarro. Está tiritando de frío y se pega a mí, me agarra del brazo y comienza a contarme cómo su abuela de 106 años, el primer día que paseaban por Santander, una del brazo de la otra, se giró muy sorprendida al ver por primera vez a un negro. Sí, hace tiempo, era la primera vez que su abuela salía del lugar de donde había nacido e iban paseando por Santander y se cruzaron con un negro. La abuela, ni corta ni perezosa, se giró completamente muy desconcertada.
La mujer que ha secuestrado mi brazo nos repite que es de los Pirineos. En los Pirineos no hay negros, hay osas y ella es una osa. Se adelanta y empieza a contonearse como una osa, o como cree que se contonea una osa. Vuelve a cogerme el brazo y a enterrarlo bajo el suyo. El frío.
Me pregunto si a esta hora que no existe (esta noche cambian la hora, de las 3 a las dos) me he convertido en una abuela de 106 años sorprendida por la visión de un negro o de una osa.

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