viernes, diciembre 28, 2012

DFW (III), p. 139




Hay todo un cargamento de mierda mental que ya no necesitaréis cuando practiquéis. Habréis enchufado la máquina. Estará encendida. Esto libera la mente de un modo sorprendente. Lo veréis. Al jugar, empiezas a pensar de una manera totalmente distinta. Es como si la cancha estuviera dentro de vosotros. La pelota deja de ser una pelota. La pelota empieza a ser algo que sabéis que debe estar en el aire, dando vueltas. Entonces es cuando empiezan a enseñaros concentración. Ahora, por supuesto, debéis concentraros, no hay otra opción, pero aún no está enchufada en el lenguaje, tenéis que pensar en ella cada vez que lo hacéis. Pero esperad a tener catorce o quince años. Entonces considerarán que estáis en una meseta crucial. Como máximo, a los quince. Entonces empieza la mierda de la concentración y del carácter. Te empiezan a trabajar en serio. Es la meseta crucial, en la que tiene máxima importancia el carácter. La concentración, la atención, la cabeza llena de chirridos, las voces desagradables, el problema de atragantarse, el miedo frente a todo lo que no es miedo, la imagen de uno mismo, las dudas, las resistencias, los hombrecillos de pies fríos y de labios apretados    dentro de la cabeza, riéndose socarronamente de vuestro miedo y vuestras dudas, las grietas en la defensa mental. Ahora estas cosas empiezan a importar. A los trece como pronto. Los profesores lo captan cuando tienes de trece a quince. También es la edad de los rituales de virilidad en muchas culturas. Pensadlo. Hasta entonces, repeticiones. Hasta entonces, como si fuerais máquinas. Esta es la perspectiva. Vais a practicar los movimientos. Pensad en esta frase: Practicar los Movimientos. Enchufándolos en vuestra centralita. No tenéis ni idea de lo bien que lo tenéis ahora.
James Albrecht Lockley Struck, junior, de Orinda, California, prefiere una interfaz de preguntas y respuestas, con el visor de la sala de visualización 8 emitiendo música ambiental sobre paisajes relajantes de olas, lagos relucientes, campos de trigo al viento.
—Tiempo para solo dos más, mis dragos.
—Digamos que vais casi iguales y el tipo empieza a hacerte trampas. Metes bien las pelotas y él dice que han ido fuera. No puedes creerte lo flagrante de la situación. Queda implícito, Traub, que no hay jueces de línea.
Añade Audern Tallat-Kelpsa, de ojos aterradoramente azules:
—Se trata de una de las primeras rondas. De esos partidos en los que solo te dan dos pelotas para jugar. Sistema de honores. De repente el rival empieza a hacer trampas. Sucede.
—Ya sé que sucede.
Traub dice:
Ya sea porque te hace trampas o porque pretende desconcertarte, ¿le pagas con la misma moneda? ¿Si me la haces, te la hago? ¿Qué se puede hacer?

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