LA PELIRROJA
Tenía
18 años y estaba metida en el negocio de las drogas. En aquel tiempo solía
verla a menudo y si ahora tuviera que hacer un retrato robot de ella creo que
no podría. Seguramente tenía nariz aguileña
y durante algunos meses fue pelirroja; seguramente alguna vez la vi reírse
detrás de los ventanales de un restaurante mientras yo aguardaba un taxi
o simplemente sentía la lluvia sobre mis
hombros. Tenía 18 años y una vez cada quince días .se metía en la cama
con un tira de la Brigada
de Estupefacientes. En los sueños ella
aparece vestida con bluejeans y suéter negro y las pocas veces que se vuelve a mirarte se ríe
tontamente. Sus ojos recorrían gatos, olas, edificios abandonados con la
misma frialdad con que podían obstruirse y dormir. El tira la ponía a cuatro
patas y se agachaba junto al enchufe. Al vibrador se le habían acabado hacía mucho tiempo las pilas y él se las
ingenió para hacerlo funcionar con
electricidad. El sol se filtra por el verde de las cortinas, ella duerme con las medias hasta los
tobillos, bocabajo, el pelo le cubre
el rostro. En la siguiente escena la veo en el baño, asomada al espejo, luego exclama buenos días y
sonríe. Era una muchacha dulce, quiero decir que en ocasiones podía
levantarte el ánimo o prestarte algunos billetes. El tira tenía una verga
enorme, por lo menos ocho centímetros más larga que el consolador, y se la
metía raras veces. Supongo que de esa manera era más feliz. (Nunca mejor
empleado el término felicidad.) Miraba con ojos acuosos su polla erecta. Ella
lo contemplaba desde la cama... Fumaba cigarrillos rubios y posiblemente alguna
vez pensó que los muebles del dormitorio y hasta su amante eran cosas huecas a las que debía dotar de sentido...
Escena morada: aún sin bajarse las
medias hasta los tobillos, relata lo que le ha pasado durante el día...
«Todo está asquerosamente inmovilizado, fijo en algún punto del aire.» Lámpara
de cuarto de hotel. Cenefa verde oscura. Alfombra gastada. Muchacha a cuatro
patas gimiendo mientras el vibrador entra en su coño. Tenía piernas largas y
18 años, en aquellos tiempos estaba en el negocio de las drogas y no le iba
mal: abrió una cuenta corriente y se compró una moto. Tal vez parezca extraño
pero yo nunca deseé acostarme con ella. Alguien aplaude desde una esquina mal
iluminada. El policía se acurrucaba a su lado y la tomaba de las manos. Luego guiaba
éstas hasta su entrepierna y ella podía estar una hora o dos haciéndole una
paja. Durante ese invierno llevó un abrigo de lana,
rojo y largo hasta las rodillas. Mi voz se pierde, se fragmenta. Creo que
sólo se trataba de una muchacha triste, extraviada ahora entre la multitud. Se
asomó al espejo y dijo: «¿hoy has hecho
cosas hermosas?». El hombre de Estupefacientes se aleja por una avenida
sombreada de alerces. Sus ojos eran fríos, a veces aparece en mis pesadillas sentada en la sala de espera de una estación de autobuses. La soledad es una vertiente
del egoísmo natural del ser humano. La persona amada un buen día te dirá que
no te ama y no entenderás nada. Eso me pasó a mí. Hubiera querido que
me explicara qué debía hacer para soportar su ausencia. No dijo nada. Sólo
sobreviven los inventores. En mi sueño un vagabundo viejo y flaco aborda al
policía para pedirle fuego. Al meter la mano
en el bolsillo para sacar el encendedor el vagabundo le ensartó un
cuchillo. El poli cayó sin emitir ruido alguno. (Estoy sentado en mi habitación
del Distrito V, inmóvil, sólo muevo el brazo para poner o sacar el cigarrillo
de mi boca.) Ahora le toca a ella
perderse. Se suceden rostros de adolescentes en el espejo retrovisor de
un automóvil. Un tic nervioso. Fisura, mitad saliva, mitad café, en el labio
inferior. La pelirroja se aleja arrastrando su moto por una avenida arbolada...
«Asquerosamente inmóvil»... «Decirle a la niebla: todo está bien, me quedo contigo»...
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