jueves, diciembre 06, 2012

Roberto Bolaño (y V), La Universidad desconocida



LA PELIRROJA

                                                                                            
Tenía 18 años y estaba metida en el negocio de las drogas. En aquel tiempo solía verla a menudo y si ahora tuviera que hacer un retrato robot de ella creo que no podría. Seguramente tenía nariz aguileña y durante algunos meses fue pelirroja; seguramente alguna vez la vi reírse detrás de los ventanales de un restaurante mientras yo aguardaba un taxi o simplemente sentía la lluvia sobre mis hombros. Tenía 18 años y una vez cada quince días .se metía en la cama con un tira de la Brigada de Estupefacientes. En los sueños ella aparece vestida con bluejeans y suéter negro y las pocas veces que se vuelve a mirarte se ríe tontamente. Sus ojos recorrían gatos, olas, edificios abandonados con la misma frialdad con que podían obstruirse y dormir. El tira la ponía a cuatro patas y se agachaba junto al enchufe. Al vibrador se le habían acabado hacía mucho tiempo las pilas y él se las ingenió para hacerlo funcionar con electricidad. El sol se filtra por el verde de las cortinas, ella duerme con las medias hasta los tobillos, bocabajo, el pelo le cubre el rostro. En la siguiente escena la veo en el baño, asomada al espejo, luego exclama buenos días y sonríe. Era una muchacha dulce, quiero decir que en ocasiones podía levantarte el ánimo o prestarte algunos billetes. El tira tenía una verga enorme, por lo menos ocho centímetros más larga que el conso­lador, y se la metía raras veces. Supongo que de esa manera era más feliz. (Nunca mejor empleado el término felicidad.) Miraba con ojos acuosos su polla erecta. Ella lo contemplaba desde la cama... Fumaba cigarrillos rubios y posiblemente alguna vez pensó que los muebles del dormitorio y hasta su amante eran co­sas huecas a las que debía dotar de sentido... Escena morada: aún sin bajarse las medias hasta los tobillos, relata lo que le ha pasado durante el día... «Todo está asquerosamente inmovilizado, fijo en algún punto del aire.» Lámpara de cuarto de hotel. Cenefa verde oscura. Alfombra gastada. Muchacha a cuatro patas gi­miendo mientras el vibrador entra en su coño. Tenía piernas largas y 18 años, en aquellos tiempos estaba en el negocio de las drogas y no le iba mal: abrió una cuenta corriente y se compró una moto. Tal vez parezca extraño pero yo nunca deseé acostar­me con ella. Alguien aplaude desde una esquina mal iluminada. El policía se acurrucaba a su lado y la tomaba de las manos. Luego guiaba éstas hasta su entrepierna y ella podía estar una hora o dos haciéndole una paja. Durante ese invierno llevó un abrigo de lana, rojo y largo hasta las rodillas. Mi voz se pierde, se fragmenta. Creo que sólo se trataba de una muchacha triste, extraviada ahora entre la multitud. Se asomó al espejo y dijo: «¿hoy has he­cho cosas hermosas?». El hombre de Estupefacientes se aleja por una avenida sombreada de alerces. Sus ojos eran fríos, a veces aparece en mis pesadillas sentada en la sala de espera de una esta­ción de autobuses. La soledad es una vertiente del egoísmo natu­ral del ser humano. La persona amada un buen día te dirá que no te ama y no entenderás nada. Eso me pasó a mí. Hubiera queri­do que me explicara qué debía hacer para soportar su ausencia. No dijo nada. Sólo sobreviven los inventores. En mi sueño un vagabundo viejo y flaco aborda al policía para pedirle fuego. Al meter la mano en el bolsillo para sacar el encendedor el vagabun­do le ensartó un cuchillo. El poli cayó sin emitir ruido alguno. (Estoy sentado en mi habitación del Distrito V, inmóvil, sólo muevo el brazo para poner o sacar el cigarrillo de mi boca.) Aho­ra le toca a ella perderse. Se suceden rostros de adolescentes en el espejo retrovisor de un automóvil. Un tic nervioso. Fisura, mi­tad saliva, mitad café, en el labio inferior. La pelirroja se aleja arrastrando su moto por una avenida arbolada... «Asquerosa­mente inmóvil»... «Decirle a la niebla: todo está bien, me quedo contigo»...

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