Los jóvenes vuelven a sus casas-ocupa con litros de tequila
y cerveza los fines de semana.
Después de que se proyectara su exterminio de las grandes
ciudades donde se establecieron las dos generaciones anteriores en las Zonas de
Urgente Reindustrialización del final de los años 60 del pasado siglo, decidieron
vivir en el corazón de la ciudad y pasar así inadvertidos.
Son resistentes. “La vida”, esa extraña amalgama de hipocresía
y codicia que enarbolan los pioneros del shock-capitalism,
viejos y no tan viejos, es el motivo por el que ocupan dichos jóvenes los puestos
del “nuevo proletariado” que consiste en atender en la Red las necesidades de los verdaderos
ciudadanos.
La delincuencia ha quedado relegada a los guetos, la caridad
es la cruz que todo el mundo reconoce y el terrorismo ha quedado relegado a las
cloacas del Estado popular para crear la Gran Paranoia y mantener bien
engrasada la maquinaria para el sometimiento y el control de todos. He dicho: todos.
Es tal la inseguridad como la competencia entre los grandes grupos comerciales
que nadie se encuentra seguro en ningún sitio y la desconfianza es la palabra que
nadie se atreve a decir pero que todo el mundo experimenta.
Mientras, los lunes por la mañana, a primera hora, avanzan discretos
por entre la maraña motorizada los jóvenes a los que aún no se les ha
exterminado intelectual y vitalmente. Permanecen alegres e inseguros, su tiempo
no pertenece a otro. Su alegría no pertenece a otro. Su confianza no pertenece
a otro. Su vida les pertenece. Son presente. Son ahora. No tienen ataduras ni
futuro pues el futuro son ellos mismos y son odiados y reprendidos por ello. “La
vida” les espeta: “Labraos un futuro” pero el futuro pasa porque se sometan a
los dictados de la hipocresía y de la codicia de “La vida” que a su vez someterá a las
generaciones venideras aún más intensamente, con más fuerza con la que
sometieron a las precedentes.
Ellos lo saben. Es su fuerza. Lo único que les queda. La
alegría y la fuerza.
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