jueves, septiembre 05, 2013

Un trozo de cartón bajo un andamio

Con las parrafadas que me meto yo solo en casa podría haber escrito varias novelas, un par de obras de teatro que fueran monólogos, por supuesto a modo de Cinco horas con mi jeta en el espejo y haber terminado aquel libro de poemas que tiene sobrepeso y que le voy a poner a hacer ejercicio ya, ¡pero ya!, para que se desprenda de unos cientos de versos que aunque no fueron dictados por la musa de san juan de la cruz, el maestro de yepes, algo tendrán, más que verborrea y sesudos plagios y autoplagios  Escribir es monolagarse constantemente.
Escribir es sentir el aliento de cada escritor y escritora, cada poeta y poeta en el rincón del cerebro al que se adscribe el lenguaje. Un juego de velos y de espejos.
Cuando era pequeño quería una máquina de escribir -sería más fácil con una máquina de escribir, se escribe, se queda en molde la palabra... pero no. Luego vino el Spectrum, y lo mismo, pantalla de fósforo y tal. ¡Cómo surgían las palabras como diminutas luciérnagas en un campo verde!, pero no nos pongamos estupendos. Ni luciérnagas pensabas por aquel entonces que fueran, no es así, no es tiempo ahora de metáfora. Esto se te ha ocurrido ahora, dejas correr las ganas, las ganas, y las ganas te ganan a ti, te devoran.
Más tarde surgió el ordenador personal y venga ordenador personal. Sólo faltaba la impresora que corría clavando sus hormigas de tinta con un ruido enloquecedor. (¿Más insectos?). No recuerdo la marca de aquel instrumento más parecido a una máquina de escribir eléctrica endiabladamente ruidosa. La impresora llegó y deseé el portátil. Siempre se puede desear algo más. Siempre el deseo de escribir bajo la "necesidad" de un nuevo artilugio para seguir desarrollando una precaria carrera de escritor. (¿Pero no decías que siempre has preferido leer a escribir?, Oh, calla, no molestes ahora...). Y llegó el portátil. Pero siempre me encuentro buscando en las papelerías o en los chinos buscando papel, libretas cómodas, con papel rayado y con los pilots siempre a mano. Nunca salgo sin ellos. Apunto ruidos. Tal vez sea esta la palabra más socorrida para definir todo aquello que podríamos definir como observación.
Escribir es monologarse constantemente. Buscar aquello que pueda significarse como un elemento para luego usarlo como piedra, basa, soporte, pilar y tirar hacia dónde... quién dijo dónde, quién dijo cuándo o en qué lugar, quién dijo cómo, cómo me pregunto ahora cuando recuerdo aquel día en el que me descubrieron unas compañeras de facultad escribiendo en un cartón que había encontrado en la calle con un bolígrafo igualmente ¿inservible? Ellas se rieron, no era para menos. Pero aquella noche no necesitaba una cerveza, deseaba un trozo de cartón para poder dejar allí unas letras. ¿Para qué? No lo sé, ni sé dónde quedó todo ello, si quedó, pero lo importante fue ese detalle y que alguien te sorprendiera así y poder recordarlo para terminar con esto tan vergonzoso.                 

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