Un ascensor para el cadalso |
Al salir, había desaparecido de nuevo Lavapiés y sus gentes. Me encaminé hacia casa. Miles Davis eran dos grandes ojos vigilantes en mitad de la plaza, un cuerpo alargado y callado en una esquina. Ni siquiera había policía. Alguien tuvo que ser ajusticiado aquella noche porque no recuerdo tanto vacío y por qué cantaba el silencio... Pero se estaba bien.
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