sábado, julio 05, 2014

Reflexión

Voy caminando por una gran avenida. Apenas hay gente, apenas hay tráfico. Giro mi cabeza y hay un coche que se ha detenido a unos metros, esperando a que se abra el semáforo. Hay un tipo de copiloto que me está mirando. Le miro, me mira. Aparta la mirada. Sigo caminando y al dar el siguiente paso vuelvo a girar mi cabeza y veo que aquel tipo me sigue mirando... "¡¿Gallardón?!" -pienso para mis adentros. "Sí, joder, es Gallardón". Aparta la mirada, yo la vuelvo apartar. Todo esto en décimas de segundo y al volver otra vez de nuevo la cabeza hacia el pequeño automóvil (de estos de dos plazas que se han puesto de moda y que hay que ser pionero, innovador y visionario, bla, bla, bla) vuelvo a comprobar que me está mirando de nuevo. Al instante arranca, se van.
Pienso en aquel final de la novela del Mago de Oz, en el que encuentran a aquel ser tan maligno metido en una pequeña y ridícula caja. Pienso y sigo caminando, dudando de todo, dudando incluso de mí. Siempre dudando. Esperando el milagro, como diría Leonard Cohen.

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