Ella va con dos críos. Una niña y un niño que corretean
arriba y abajo en el pasillo, riendo, jugando, como si fuera aquella la primera
vez que suben a un autobús. La niña, con el pelo muy largo y una camiseta y
pantalones cortos. El niño igual salvo el pelo que lo lleva más o menos corto.
Los dos con la ropa un tanto sucia por el polvo y la tierra, pues han estado
jugando todo el día sin que les importarse caerse al suelo. Incluso la niña
tiene el pelo un poco zaparrastroso, sin brillo, pero lleno de vida, eléctrico,
con esa vida que demuestra que se lo han estado pasando en grande. Se sientan.
La chica que cuida de los críos, acoge sobre sus piernas a la niña. La
niña evita por un momento encontrarse con los ojos del muchacho de ropa
deportiva. La muchacha que ha sentado sobre sus piernas a la niña es joven, sus
dientes necesitan brakers, los premolares sobre los caninos, pero esto, no sé
por qué razón, le hace más atractiva, con más ternura si cabe. El muchacho duda
de que sea su madre, la madre de los dos críos. Se fija también en que lleva el
cuerpo tatuado, con muy bonitos detalles. Pequeñas manchas de color, chispazos
que se reparten por los hombros… dibujos con los que apenas acierta a hacerse
una composición completa pues la ropa oculta ciertas líneas que discretamente
nos hacen pensar que pertenece a un todo que bien podría apreciarse si
estuviera desnuda. Esto no lo piensa en ese momento el muchacho de la ropa
deportiva. De hecho no llegará a pensarlo jamás. Asi es.
La chica evita mirar al muchacho de ropa deportiva que tiene
justo enfrente, e incluso creo que lo ha ignorado conscientemente desde el
principio, pero dirige un par de veces la vista hacia un chico con el pelo
rapado que se ha sentado con otro chico que parece un amigo o su pareja.
El niño en cambio parece curioso ante el muchacho de ropa
deportiva. Se queda fijamente mirándole. Ve a un hombre mayor con el pelo
blanco. Un hombre mayor con el pelo blanco que parece muy serio, muy serio y
tranquilo que sigue mirando por la ventanilla, y que observa a
su tía y a su hermana con la que ha pasado un día muy divertido. Toma su
dinosaurio de juguete entre las manos y deja su mirada en los ojos del señor serio vestido
con ropa deportiva. El hombre serio gira la cabeza y le sonríe. Ha dejado de
mirar por la ventanilla y ahora le mantiene la mirada. El niño también le
sonríe. El hombre le pregunta:
-
¿Alguna pregunta, amiguito?
El crío le sonríe y dice que no con la cabeza. Se supone que
sólo es curiosidad.
-
Pues te contaré una pequeña, pequeña historia
que me ha ocurrido hoy. Corría por la Casa de Campo y había mucha gente
descansando sobre la hierba. Se ve que disfrutaban de un bonito y agradable día
cuando de entre unos árboles ha salido a mi paso un gran perro ladrándome… me
ha perseguido durante unos metros pero yo he sido más rápido y le he esquivado…
pensaba el perro que era una salchicha… ¡una salchicha saltarina!
Los niños ríen porque el hombre
realmente tiene forma de salchicha. Es un poco obeso y la ropa le queda ajustada.
La muchacha sonríe sorprendida por la historia de aquel hombre mientras mira al niño que no le quita ojo al hombre.
El chico de la ropa deportiva, el
hombre serio, sigue sonriendo al niño que ha escuchado su historia pero de
pronto gira su cabeza y dirige su mirada hacia fuera, a la calle que no existe,
que apenas son destellos, reflejos, chispazos de luz casi incomprensibles,
ruidos que se diluyen al instante y que no son nada. Es entonces cuando su cara
cambia completamente, y de la sonrisa pasa a la más discreta concentración.
Parece olvidarse de sí mismo mientras sus ojos se hunden en el exterior
mientras el bus avanza.
La muchacha advierte a los niños
que han llegado a su parada. El niño recoje su juguete y marchan. La niña
brinca por última vez en el intento de alcanzar la agarradera que pende de una
de las barras que cruzan el techo del bus de parte a parte. El hombre, en
cambio, sigue observando la calle, absorto en sus pensamientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario