viernes, febrero 05, 2010

De Camilo 

Soy camilista. De Camilo, y a tope. Camilo es un tipo que no conozco desde hace unos cuatro años. Que se coloca a un lado de la barra y de vez en cuando se echa unas palabras con las camareras y les cuenta una chanza, y ellas ríen o se marchan, se alejan unos pasos se vuelven y le sonríen reprochándole algo, seguramente una minucia, nada; en fin, una anécdota y se calla y acaricia su vaso de cerveza, su caña.
Camilo es impasible. Permanece sentado. Atento pero sin atender. Es tranquilamente un tipo con clase. No llama nada la atención, solo a quienes le quieren. Ellos saben. Sí, ellos saben con total seguridad de que así es, claro. No hay nada más que eso: sentarse  en la barra, disfrutar de la gente, hablar o charlar de vez en cuando, contar alguna mentira, marcharse.
¿De estos seres está llena nuestra existencia… a pesar de que nunca los veamos? Porque de alguna manera y sin ser presocrático, son y se dan.

Una tarde me puse junto a él, a su izquierda, en aquel bar donde le veo de vez en cuando. Él estaba acariciando su cubata, girándolo ligeramente hacia un lado, hacia otro, sobre la barra de aluminio. Hablaba, como tiene acostumbrado, con la chica de la barra. Sonreían. Me fijé en él a la vez que hablaba con mi colega. Él, Camilo, se percató de que le estaba observando. Al momento vi cómo tan solo parecía desplazar sus pupilas hacia la izquierda intentando encontrarme. Lo hizo unas cuantas veces… yo apartaba la mirada pero él siempre me cazaba. Me resultó curioso. Desistió. Al final buscó mi espalda: se retiró de la barra, avanzó unos pasos y se colocó detrás de mi. A pesar de que nos hemos visto ya unas cuantas veces prefirió evitar mi interés un poco extraño y, parece ser,  tan molesto.

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