martes, agosto 23, 2011

El dios Pan, Diógenes, los cínicos, la secta del perro, los perro-flauta y Alejandro Magno

Es duro darse cuenta de que el tiempo no pasa en balde, y de que éste, por más que lo queramos olvidar, vuelve a resonar como si de un eco o un viejo instrumento se tratara. En este caso podríamos hablar de la flauta del dios Pan, aquel que, con pezuñas de macho cabrío, cruzaba las riberas al encuentro de la ninfa Siringe de quien se había enamorado (en inglés ´syringe´ es jeringa; en castellano tiene también la acepción o representa las cuerdas vocales de las aves) y a quien por fin, y gracias al intercesión de los dioses, pudo abrazar en forma de caña con el que Pan decidió hacerse una flauta (también llamado caramillo de los pastores) para que le acompañase allá por donde fuera, haciéndola sonar. Que mejor que crear música con el cuerpo amado, es decir, ser música junto al amado. Pero no nos pongamos estupendos.
Luego de esta breve reflexión sobre un instrumento, o más precisamente, sobre cierto parecido razonable a una flauta, veamos la figura del llamado, en la Grecia clásica, kynikós o perro.
Pues bien, de aquí proviene la palabra "cínico" que se acuñó en esta época, ya lejana, a raíz de un personaje llamado Diógenes el Cínico. Hijo de banquero y falsificador de moneda en sus años mozos (lo que supuso que matara al padre, como bien diría Freud, o como lo digo yo ahora) su vida fue una búsqueda de la virtud, del intento por desprenderse de los elementos superfluos que nos llenan la casa de cachivaches y los bolsillos de naderías. Un desprenderse de lo superfluo para saber qué es lo que realmente se necesita. He ahí donde radica (de "radical", otra hermosa palabra que los cretinos intenta afear) su virtud. Este tipo que despreció a Alejandro Magno o que vivía en un tonel o que al ver a un muchacho beber con las manos arrojó al suelo su escudilla o que rechazaba, y no con buen humor, a todo aquel que quisiera ser su discípulo con cajas destempladas, es el que aparece en el cuadro de Rafael Sanzio, postrado, tirado en las escaleras mientras arriba hablan, supongo que peripatéticamente, es decir, haciendo círculos alrededor de la Academia, luego como podría ser en una plaza, el santurrón de Platón y el metomentodo de Aristóteles. Diógenes inició, antes de que llegara el cristianismo ("Jesucristo era guapo, eso lo explica todo", como bien vi hace un par de años escrito o grafiteado en un lado del Puente de Toledo) un modo de vivir lejos del lujo y de lo superfluo, cercano a la Naturaleza, como madre de todos nosotros, acompañado con un candil buscando al ser humano.
Regresando al pasado siglo, recuerdo aquellas noches con el bueno de Valentín en un bar de Lavapiés cuando nos contaba, entre jarra y jarra de cerveza, sus encuentros con los perros-flauta de Cuenca o de aquí de Madrid, allá por el 2000. De los de Madrid aún guardo la imagen de los que se colocaban enfrente a la tienda de discos Metralleta, en la pza. de las Descalzas, perros-flauta que no tienen nada que ver con los de ahora pues aquellos (sin desmerecer ni a unos ni a otros, no voy por ahí, joder) eran más bien pankis talluditos y los de ahora son de un jipismo rasta juvenil...., por definir pronto y mal. Los primeros siempre te pedían mientras tocaban la flauta un par de notas y diciéndote si tenías algo para la música o para vino, como un dios Pan que se preciase, con su perro merodeando o estirado en el suelo si hacía calor, un perro sin collar, por supuesto, pero siempre muy tranquilo y pillando de aquí o de allá. Una vida relajada y sin ninguna prisa por nada.
Así, creo, que es la vida de los perros-flauta que de alguna manera envidio pues, sin ensalzar a unos y vituperar a otros, es un comienzo para un análisis de la virtud. Por otra parte, me es completamente indiferente cómo vivan los perros-flauta, esto es solo una manera de decir a los "alejandros" que se aparten, que nos ocultan el sol.

No hay comentarios: