lunes, agosto 01, 2005

He venido en autobús leyendo un relato de Álvaro Pombo que tiene cara de mayordomo de los buenos pero con posibilidad en su mirada de albergar ciertas psicopatías al albur de un estallido emocional grave... (pero qué está diciendo el majarote este...) aparte de que es un escritor que da sentido a la literatura kafkiana por su empeño, tal vez sean imaginaciones mías, de leer los diarios del susodicho.
Ahora son las seis de la tarde. Trabajo en un sótano, no hay tragaluz por donde vea pasar sombras como Platón las vio, como sintió Ferrer-Vidal y ese cuento publicado en Cuadernos del Matemático hace ya unos números, o como el propio Buero Vallejo en la tan leída obra de teatro del mismo nombre. Los tragaluces son necesarios... Pessoa imaginaba uno o eso pienso en El Libro del Desasosiego. Los tragaluces son ahora las televisiones de aquellos que se desloman en las grandes urbes, les pagan mal y vienen de muy lejos para ganarse la vida que la muerte llega sola. Escribo para crear mi propio tragaluz, simplemente.

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