Un enorme insecto húmedo llamado Desolación
Tal vez alguna señal.
Una señal.
Me acerqué a la plancha de hierro en la parte trasera de aquel kiosko de periódicos. Y deseaba alguna señal con todas mis fuerzas. Papeles partidos, rotos, mal pegados... Alguna palabra. Letras a punto de desprenderse. Pegué la frente contra el metal caliente.
Cientos de automóviles tras de mí. Olor a gasolina, a ruido, a violencia.
Había llegado hasta allí para compensarlas. Allí aguardaban inquietas, difíciles.
Con este calor, con este calor, un poco de agua y la sonrisa de un niño sería bastante para acabar con todas ellas, para que cayerais como en un otoño que pronto, sí, pronto llegará.
No recordaba nada de aquello pero ahora sí, ahora sí que lo recuerdo y lo escribo.
Tenía terror de que aquellas señales se desprendieran de aquella sucia plancha de hierro.
Había vagado todo el día por la ciudad buscando alguna señal. Sí, alguna señal.
A mediodía había comido un par de trozos de pan y un plato de paella en el León y de nuevo había salido a buscarlas.
Ahí estaban mis letras, mis diminutas letras.
Podía entonces reconstruir cierto pasado, podría recordar ahora ciertas cosas que había olvidado. Me sentí bien a pesar de...
(Hacía días que no se daba un baño. Barba de varias semanas. Suciedad, y calor, demasiado calor. Calor que le llegaba a la cabeza, que le ensuciaba la boca. Gritos en mitad de la calle, susurros a la piedra sagrada que encontraba lejos de la gente, en los viejos parques del norte de la ciudad.
Era todo lo que deseaba. Había perdido todo salvo la confianza en alguna señal. Las encontró allí, palabras, palabras, señales en aquel lugar, en el centro de la ciudad. Las nubes parecían colillas consumidas entre el bochorno y la brasa del aire.)
Me acercaba a ellas como si supieran hablar, y hablaban. Me hablaban a mí aquellas letras mal pegadas, malheridas en aquella plancha de hierro. Como si ya se hubieran vencido, como si ya las hubieran vencido, pero eran mis señales, mis palabras. Había conquistado de nuevo mi propia vida. Fui entonces la misma persona que... no sé que "entonces", aunque pude recuperar algún recuerdo de mí. ¿Quién era ese yo que se dejaba susurrar por aquellas palabras destruidas?
Buscaba alguna palabra que me diera razón de ello.
Mi cuerpo se plegó sobre sí mismo cuando las descubrí, como si en el interior de mi cuerpo y de mi pecho se agitara un enorme insecto húmedo llamado Desolación.
1 comentario:
buenas..., pues que te espiaré aunqe ya lo sabes.
Bueno,ja parlem.
Publicar un comentario