miércoles, agosto 05, 2009

Menudas vacaciones

Nos encontrábamos todos en mitad de una carretera. Habíamos dejado los coches a un lado de la misma. Parecía uno de aquellos lugares muy amplios de descanso y por lo general acogedores, pero allí no había ni mesas, ni fuentes ni las agradables sombras de los chopos o los plátanos.
Los coches estaban aparcados sobre una gran lengua de arenisca. Por lo menos cuatro o cinco. Nosotros éramos unos cuantos, muchos, pero sentía cierto desasosiego e inquietud que me obligaba a mirar hacia arriba, hacia lo más alto del muro de arena que se encontraba a unos veinte metros de nosostros.
Decidí investigar pero me perdí.
Al cabo de veinte o treinta minutos vuelvo al lugar donde habíamos dejado los coches pero todo se encontraba vacío. Aparentemente. Todos se habían ido, (pedazo de cabrones) pero antes habían tenido la delicadeza de dejar mi bolso negro sobre la arena, casi semienterrado pero ahí estaba: unos libros, mi cuaderno de notas, un bolígrafo. Nada importante pero era lo propio. ¡Qué cabrones!, pensé. Entonces fue cuando me fijé en que también había cientos de zapatos desperdigados por allí. También semienterrados como mi bolso. ¡Qué extraño! Casi todos eran de mi número.
La gran sorpresa fue cuando apareció él: un hombre extremadamente delgado que se sustentaba con varias ramas secas y delgadas, casi sobre sarmientos; sus brazos también eran ramas secas. El tipo aquel no tenía extremidades inferiores, se las había fabricado él. También llevaba un sombrero y unas gafas de pasta redondas que le ocultaban un poco la cara. Era un tipo curioso y se iba aproximando hacia mí, con pequeños saltitos, mirándome fijamente, hasta que se puso a mi lado y no me preguntó nada. Yo tampoco le dije nada a él. Nos quedámos mirando, yo con una zapatilla en la mano, y él guiñándome un ojo porque le molestaba la luz. Oíamos nuestras respiraciones.
Al despertar me encontré que esa cama no era la mía ni tampoco me encontraba en mi habitación, pero recordaba que alguien me había dicho que podía quedarme allí. Recordaba el sueño aquel del aparcamiento de arena pero no podía saber si había sido un sueño o realidad... y el tipo aquel de los leños a modo de brazos y de piernas...
¡Joder!, dije, creo que empecé a caminar por la carretera cuando aquel hippie nihilista me enseñó cómo se alimentaba con su propio cuerpo punzándose en el pecho y extrayéndose unas gotas de sangre, de cómo me quiso besar y meterme mano. Estaba muy solo, pobre hombre. Vi cómo se quedaba quieto, no me siguió cuando tomé la carretera a la carrera.
Al rato desperté en esta cama. Oigo el trastear de unas llaves y entra una mujer, una hermosa mujer, una modelo que se sienta en una butaca sin mirarme, se atusa el pelo, se recompone. Un tío con coleta y bolsas de la compra en las manos me mira fijamente.
¡Joder!, digo, otra vez me he equivocado de casa al despertar, otra vez, ¡mierda...!
El tío parece que quiere matarme pero al cabo de un par de explicaciones me despierto en mi casa y en mi cama.
Suena radio clásica, me toco la cara y las pelotas, sudo como un cerdo, esa es mi ventana, los libros, es muy tarde, he conseguido despertarme en mi cama, las sábanas arrebujás, menudas vacaciones, ¡joder!, menudas vacaciones...

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