viernes, diciembre 14, 2012

La broma infinita, David Foster Wallace (I)


El americano feminizado está de pie en el saliente a un costado de Marathe. Contempla la sombra del anochecer dentro de la cual se encuentran ahora, así como el centelleo cada vez más complicado de la ciudad de Tucson, Estados Unidos. Él, Steeply, parece inertemente transfigurado, de la manera en que los panoramas demasiado grandiosos para el ojo humano transfiguran a las personas en una especie de expectación aletargada.

Marathe da señales de estar a punto de dormirse. 
Hasta la voz de Steeply muestra un timbre diferente bajo la sombra.

—Dicen que se trata de un amor grande y acaso eterno. Me refiero al de Rod Tine por vuestra Luria.

Marathe gruñe y se remueve un poco en la silla.

Steeply dice:

—Del tipo de amor al que se dedican canciones, por el que se muere la gente y luego quedan inmortalizados en canciones. Vosotros tenéis vuestras baladas, vuestras óperas. Tristán e Isolda. Lancelot y como se llame. Agamenón y Helena, Dante y Beatriz.

La soñolienta sonrisa de Marathe subió de tono hasta convertirse en una mueca de sobresalto.

—Narciso y Eco. Kierkegaard y Regina. Kafka y aquella chica tan temerosa que ni siquiera se animaba a ir a echar una carta en el buzón de la esquina.

—Ejemplo interesante ese del buzón -dijo Steeply simulando reírse.

Marathe se puso alerta

—Quítate la peluca y caga dentro de ella, Hugh Steeply, del BSS. Esa ignorancia tuya me apabulla. Agamenón no tenía relación alguna con esa reina. Menelao era su marido, de Esparta. Tú te refieres a Paris. Helena y París, el de Troya.

Steeply parecía divertido, pero de forma idiota.

—Paris y Helena, la carita hermosa que provocó que zarparan los barcos, o: el regalo que no era tal. El regalo anónimo llevado hasta la puerta. El saqueo de Troya desde dentro.                      

Marathe se irguió ligeramente sobre sus muñones demostrando a Steeply estaba embargado por la emoción.

—Aquí estoy, abrumado por la ingenuidad histórica de tu nación. Paris y Helena fueron la excusa para la guerra. Todos los estados griegos, además de la Esparta de Menelao, atacaron a Troya porque Troya controlaba los Dardanelos y cobraba un peaje ruinoso; ante lo cual, los griegos, que deseaban y mucho el libre acceso para comerciar con el Lejano Oriente, se pusieron hechos una furia. Esa guerra la originó el comercio. El famoso “amor” de Paris por Helena no fue más que la excusa.

Steeply, un genio de la entrevista, a veces acentuaba más de lo normal su supuesta idiotez con Marathe; sabía que Marathe picaría.

—Para vosotros todo se reduce a política. Tal vez toda esa guerra no fue más que una canción. Quizá ni siquiera tuvo lugar.

—El asunto es que quien pone en marcha los buques de guerra es el Estado y la comunidad y sus intereses —dijo Marathe sin demasiado énfasis, como cansado—. Vosotros solo queréis divertiros con la presunción de que el amor por una mujer basta para lanzar toda una flota de barcos, a la guerra.

Steeply se acariciaba los bordes del rasguño de la zarza; su encogimiento hombros no pareció nada natural.

—No estoy tan seguro. Los allegados a Rod el Dios dicen que el hombre es capaz de morirse dos veces por ella. Dicen que ni se lo pensaría. No solo que dejaría caer en la ruina a toda la ONAN llegado el caso, sino que se de­jaría matar.

Marathe suspiró.

—Dos veces.

—Sin pararse ni siquiera a pensarlo —dijo Steeply toqueteándose pensati­vamente la erupción cutánea electrolítica del labio—. La mayoría pensamos que es la razón por la que aún está allí, por la que aún tiene acceso al presi­dente Gentle. Una cosa son las lealtades divididas, pero si lo hace por amor... entonces tienes el elemento trágico que trasciende lo político, ¿no es así? —Steeply dirigió una ancha sonrisa a Marathe.

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