El americano
feminizado está de pie en el saliente a un costado de Marathe. Contempla la
sombra del anochecer dentro de la cual se encuentran ahora, así como el
centelleo cada vez más complicado de la ciudad de Tucson,
Estados Unidos. Él, Steeply, parece inertemente transfigurado, de la manera en que
los panoramas demasiado grandiosos para el ojo humano transfiguran a las
personas en una especie de expectación aletargada.
Marathe da señales de estar a punto de dormirse.
Hasta la voz de
Steeply muestra un timbre diferente bajo la sombra.
Marathe gruñe y
se remueve un poco en la silla.
Steeply dice:
—Del tipo de
amor al que se dedican canciones, por el que se muere la gente y luego quedan
inmortalizados en canciones. Vosotros tenéis vuestras baladas, vuestras óperas.
Tristán e Isolda. Lancelot y como se llame. Agamenón y Helena, Dante y Beatriz.
La soñolienta
sonrisa de Marathe subió de tono hasta convertirse en una mueca de sobresalto.
—Narciso
y Eco. Kierkegaard y Regina. Kafka y aquella chica tan temerosa que ni siquiera
se animaba a ir a echar una carta en el buzón de la esquina.
—Ejemplo
interesante ese del buzón -dijo Steeply simulando reírse.
Marathe se puso
alerta
—Quítate la
peluca y caga dentro de ella, Hugh Steeply, del BSS. Esa ignorancia tuya me apabulla. Agamenón no tenía
relación alguna con esa reina.
Menelao era su marido, de Esparta. Tú te refieres a Paris.
Helena y París, el de Troya.
Steeply parecía
divertido, pero de forma idiota.
—Paris y Helena,
la carita hermosa que provocó que zarparan los barcos, o: el regalo que no era
tal. El regalo anónimo llevado hasta la puerta. El saqueo de Troya desde
dentro.
Marathe se
irguió ligeramente sobre sus muñones demostrando a Steeply estaba embargado por
la emoción.
—Aquí estoy,
abrumado por la ingenuidad histórica de tu nación. Paris y Helena fueron
la excusa para la guerra. Todos los estados griegos, además de la Esparta de Menelao,
atacaron a Troya porque Troya controlaba los Dardanelos y cobraba un peaje
ruinoso; ante lo cual, los griegos, que deseaban y mucho el libre acceso para
comerciar con el Lejano Oriente, se pusieron hechos una furia. Esa guerra la
originó el comercio. El famoso “amor” de Paris por Helena no fue más que la
excusa.
Steeply, un
genio de la entrevista, a veces acentuaba más de lo normal su supuesta idiotez
con Marathe; sabía que Marathe picaría.
—Para vosotros
todo se reduce a política. Tal vez toda esa guerra no fue más que una canción.
Quizá ni siquiera tuvo lugar.
—El asunto es que
quien pone en marcha los buques de guerra es el Estado y la comunidad y sus
intereses —dijo Marathe sin demasiado énfasis, como cansado—. Vosotros solo
queréis divertiros con la presunción de que el amor por una mujer basta para
lanzar toda una flota de barcos, a la guerra.
Steeply se
acariciaba los bordes del rasguño de la zarza; su encogimiento hombros no
pareció nada natural.
—No estoy tan
seguro. Los allegados a Rod el Dios dicen que el hombre es capaz de morirse dos
veces por ella. Dicen que ni se lo pensaría. No solo que dejaría caer en la
ruina a toda la ONAN
llegado el caso, sino que se dejaría matar.
Marathe suspiró.
—Dos veces.
—Sin
pararse ni siquiera a pensarlo —dijo Steeply toqueteándose pensativamente la
erupción cutánea electrolítica del labio—. La mayoría pensamos que es la razón
por la que aún está allí, por la que aún tiene acceso al presidente Gentle.
Una cosa son las lealtades divididas, pero si lo hace por amor... entonces
tienes el elemento trágico que trasciende lo político, ¿no es así? —Steeply
dirigió una ancha sonrisa a Marathe.
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