Esperando a que la cola avance ante la caja del supermercado y por delante de mí cuatro señoras frisando los 60 años,
bien arregladas (tal y como lo diría mi madre que para esto sabe), es
decir, recién hecha la permanente, pintadas como una puerta de caoba o de nogal, pendientes de imitación diamante, rubias, guapas, y muy
españolas las cuatro. No voy a decir cómo voy yo, por supuesto. No es el
momento ni el lugar.
En esto que una de ellas se gira hacia
la que tiene a su espalda, mientras el cajero espera pacientemente a que
la tarjeta se refleje en caja, y le dice: "Pues ya sé de quien son los
terrenos donde se va a construir Eurovegas...".
Se hace el silencio.
Un silencio mayúsculo, enorme, casi inabarcable. De hecho la
comunicación del banco a la caja para la validación de la tarjeta
también se queda en silencio, esperando, aguardando, expectante.
Oh, dioses, que esto no destruya mis oídos por su existir más potente, que diría yo si fuera un rilke.
"Pues -ese 'pues' alargado, horrísono, retumbante- el 85% de los terrenos son del marido de Esperanza Aguirre".
De
nuevo silencio. Pequeño, breve, minúsculo, casi avergonzado de ser tan
pequeño y escueto hasta que la interpelada por el comentario responde,
en un arranque de sinceridad que la honra: "Eso nos pasa por haberles
votado... es que de lo que dijeron a lo que han hecho...". "Pero por eso
deberíamos impugnarles, por eso deberíamos impugnarles -repite- porque de lo que dijeron a lo que han hecho..."
Etcétera.
Yo pienso en los Reyes Magos, en qué me echarán este año. A ver qué tal, a ver si hay suerte este año.
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