jueves, octubre 31, 2013

Los muchachos de Erik

Comenzaron a reír a carcajadas.
Los cristales del bar se resquebrajaron
y como pequeñas perlas de agua en canción
cayeron a la acera.
Algunos viandantes rogaron silencio
pero rodaron sus culos.
Llegó la policía pero rodó su culo
después de que derraparan sus motos.
Todos, menos los muchachos, rodaron y rodaron calle abajo
y calle arriba
(como una de esas películas mudas surrealistas)
como pedacitos de papel
como colillas
como huesos de aceituna
como anáforas
como bolsas de plástico
como cagaditas de oveja.

Los jóvenes dejaron de reírse.
Apuraron sus cervezas.
Pagaron y se marcharon.
Llegó la noche y la luna y el semáforo ululante.
Llegó el vagabundo de ojos minúsculos como diamantes
a enterrarse bajo sus cartones
.
Llegó el silencio
y las pesadillas comenzaron a chocar con los sueños
allá en lo alto, junto a las antenas y a los áticos,
a comerse cualquier sonido instantáneo
para dejar los duraderos, suaves, fragantes, continuos, persistentes.

La luna dejó de tomar el sol.

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