Soy un
hombre huraño, a veces suave y a veces frío y egoísta. Me dan miedo muchas
cosas que no le dan miedo a casi nadie.
Soy un esquizoide imaginativo, que aspira
a reformarse y permanece tumbado durante largas horas frente a un televisor
apagado, con las manos debajo de la espalda y con unos ojos oscuros en una cara
limpia y sucia a la vez.
No veo a casi nadie. Me agota ver a la gente: me
exalta interiormente, veo misterios en algunas mujeres y detectives en algunos
hombres.
Me paso la vida intentando concederme descansos a mí mismo; soy uno de
esos haraganes que no dan golpe y no cesan de obsesionarse, uno de esos vagos
que trabajan celularmente... Quiero decir que todas mis células, huesos y
cartílagos trabajan violentamente, como obreros azules, y no me dejan en paz ni
un sólo instante -imagínense ustedes, ¡ni un sólo instante!-. En el fondo, soy,
y lo digo sinceramente, uno de los individuos menos creativos y más monocordes
y repetitivos de este bendito universo.
Lo que ocurre, afortunadamente para mí
y para el rozagante y próspero mundillo editorial, es que he sido capaz de
concentrar todos mis sentimientos infantiles en una nube de palabras, en un
número de poemas.
Casi todos mis semejantes son geniales. Algunos besan
maravillosamente. Otros cagan rápidamente. Me han asegurado que hay individuos
que no se cortan nunca al afeitarse, y damas que se depilan perfectamente
mientras manejan sus ordenadores. Todos ellos son poetas. Hay demasiados
poetas. Cada vez más. Hay tantos poetas como roedores. Por eso la poesía se
vende poco. Ahora me refiero a la poesía escrita. Los que escribimos poesía
solemos ser bastante blandengues. Un buen poema quizá sea el lado valiente de
un cobarde. O la bala de un sentimental. O la belleza de un imbécil. El trabajo
de un escritor consiste en boxear con el abecedario para conseguir un amor, o
más de uno, un cheque tan mágico como una alfombra, y un gramo de gloria que
sirva para no oler a sudor.
Extraído de una entrevista realizada a Pedro Casariego Córdoba por José Luis Gallero y José María Parreño, en Sur Exprés, n.º8, marzo 1988.
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