miércoles, octubre 30, 2013

Pe Cas Cor

Soy un hombre huraño, a veces suave y a veces frío y egoísta. Me dan miedo muchas cosas que no le dan miedo a casi nadie. 
Soy un esquizoide imaginativo, que aspira a reformarse y permanece tumbado durante largas horas frente a un televisor apagado, con las manos debajo de la espalda y con unos ojos oscuros en una cara limpia y sucia a la vez. 
No veo a casi nadie. Me agota ver a la gente: me exalta interiormente, veo misterios en algunas mujeres y detectives en algunos hombres. 
Me paso la vida intentando concederme descansos a mí mismo; soy uno de esos haraganes que no dan golpe y no cesan de obsesionarse, uno de esos vagos que trabajan celularmente... Quiero decir que todas mis células, huesos y cartílagos trabajan violentamente, como obreros azules, y no me dejan en paz ni un sólo instante -imagínense ustedes, ¡ni un sólo instante!-. En el fondo, soy, y lo digo sinceramente, uno de los individuos menos creativos y más monocordes y repetitivos de este bendito universo. 
Lo que ocurre, afortunadamente para mí y para el rozagante y próspero mundillo editorial, es que he sido capaz de concentrar todos mis sentimientos infantiles en una nube de palabras, en un número de poemas. 
Casi todos mis semejantes son geniales. Algunos besan maravillosamente. Otros cagan rápidamente. Me han asegurado que hay individuos que no se cortan nunca al afeitarse, y damas que se depilan perfectamente mientras manejan sus ordenadores. Todos ellos son poetas. Hay demasiados poetas. Cada vez más. Hay tantos poetas como roedores. Por eso la poesía se vende poco. Ahora me refiero a la poesía escrita. Los que escribimos poesía solemos ser bastante blandengues. Un buen poema quizá sea el lado valiente de un cobarde. O la bala de un sentimental. O la belleza de un imbécil. El trabajo de un escritor consiste en boxear con el abecedario para conseguir un amor, o más de uno, un cheque tan mágico como una alfombra, y un gramo de gloria que sirva para no oler a sudor.

Extraído de una entrevista realizada a Pedro Casariego Córdoba por José Luis Gallero y José María Parreño, en Sur Exprés, n.º8, marzo 1988.

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