lunes, abril 07, 2014

Correr & andar

Hoy he ido a correr. He decidido explorar. He seguido la margen del río y el camino y a los ciclistas. Todos con su pantalón de ciclista, su casco de ciclista, incluso con sus gafas de ciclista y sus mitones de ciclista. Algunos corredores y algunas corredoras. Muchas más de las que veía hace 25 años, muchas, muchas más. Antes no había mujeres corredoras, ahora las hay y creo que corren con más estilo que los tíos. Las tías que corren esporádicamente lo hacen mejor que los hombres corredores esporádicos. (No sé por qué razón me marca en rojo la palabra "esporádicamente" el blogger este de las santísimas narices. Estoy escuchando a mi amigo Cachalote, alias Mario, por si acaso alguien quiere saberlo. Lejanamente me recuerda, en alguna pieza, a Mompou, pero mucho más tétrico, más desesperanzador).
Sigo por la margen del río. Miro los tiempos. Siento las rodillas. Los gemelos. Todo se carga un poco, lo suficiente para notarlo. Notar esta máquina que los años y los kilos han deteriorado. La cabeza un poco también, pero la cabeza no es una máquina. La cabeza soy yo. La cabeza es capaz de engañar al resto del cuerpo, meter caña al resto del cuerpo, gobernarlo, manipularlo, someterlo. Eso es así. La cabeza, el cerebro, ese órgano tan poco estudiado. Tanto el del hombre como el de la mujer. Voy pasando bajo las vías de un cercanías. A mi derecha el río. Grupos de chavales. Alguna que otra persona entrada en la cincuentena. Tranquilo, todo muy tranquilo. Trotando. Las rodillas. Los gemelos. La respiración. Sí, la cabeza, la puta cabeza que intenta gobernarlo todo porque yo soy mi puta cabeza. (¿Sabéis?, me apetece fumarme un cigarrito. Hace tres días que no me fumo un cigarrito. ¡Uhmmm!, aspirar, saborear, unas veces a teja, a lluvia, a chocolate, a cereal... los sabores se potencian después de hacer ejercicio). Una vía sobre mi cabeza, una autovía, el sonido que golpea los inapreciables cambios de rasante, los amortiguadores, ¡Bum!, ¡Bam!, ¡Raaaaaaaaas! Un enorme martillo de goma golpeando el asfalto, el hormigón de la estructura. No son automóviles. No. Debes reconocer el sonido. Los ojos vendados, te tienen secuestrado en un lugar y escuchas continuamente ese ruido sin saber que estás bajo una enorme estructura que soporta una autopista de dos carriles en cada dirección. Quédate con ese sonido porque es muy diverso y enriquece nuestra manera de percibir los ruidos, la ciudad, sus arterias que bombean sangre y maquinas de 800 o más kilos de peso que transportan a personas pequeñas, menudas, que representan una décima parte del peso de cada una de los elementos que componen ese continuo bombear. ¡Bum-bam, bum-bam, raaaaaaaas...! y el camino se estrecha se hace más difícil. A mi derecha unas chabolas, el río, el camino hace tiempo ha cambiado en su anchura. Paro de correr. No sé por dónde tirar. Los caminos que se bifurcan. No sabes cuál es el seguro no siquiera adónde conducirá. Sigo caminando y me ve rodeando un campo. Haciendo el idiota... A mi derecha una larga hilera de chabolos junto al río en los que apenas veo a dos personas y a un perro que al olerme o al oírme comienza a ladrarme. Me he perdido. He perdido el camino, por empeñarme, por cabezón. Se acabó. Voy junto al río y las nubes de mosquitos me envuelven la cabeza. Me veo como un dibujo animado perseguido por miles de puntitos negros. Tendré que meterme por la linde de un campo de alfalfa. Una diminuta valla lo diferencia de la linde que malpiso para salir de ahí. Trepo por un montículo y salgo del camino que no es camino ni senda junto al río, pero retomo unos metros más allá el ancho de un camino señalado con una cruz. El mismo camino donde se ven los fugaces trenes de pico de martín-pescador (porque fue este ave y no un pato el que dio la idea a los ingenieros. Los patos se encuentran tranquilamente holgazaneando junto al río y de vez en cuando, al oírme, levantan el vuelo quejándose de mi inoportuna aparición). El sol cae a mis cuatro. Ahí esta el occiso, el Oeste. Las gentes que viven por aquí parece ser que han ocupado unos terrenos, se han construido sus casas con chapa, algo de cemento, unos ladrillos, alguna verja. Deben vivir unos cientos. Un pequeño pueblo sin que lo sea. Un espacio donde viven. Salgo a la carretera y pienso que ya está. No hay que preocuparse, al final, en el horizonte se ve un pueblo. He caminado al final durante más de una hora y media por no-lugares. Lugares por los que se va en automóvil o en bici. Lugares que están ahí pero que no se conocen. Tal vez por una imagen de satélite, pero nada más. (He ido abajo al bar a comprar tabaco y luego al chino a comprarme una yonqui-lata. Con esto acabo por hoy). Lugares que nunca existirán. Lugares en los que vive la gente que es invisible en las manifestaciones. Mientras la ciudad crece, ellos y ellas van abandonando o les echan de los lugares en los que estuvieron. Más abajo, más abajo, cada vez más abajo.
He llegado a un pueblo. Todos los bares están cerrados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.atributosurbanos.es/glosario/