domingo, agosto 03, 2014

Éxodo de la ciudad opulenta (30 de julio de 20...)

La ciudad está vacía. Todo el mundo se ha ido. Han pedido el día en el trabajo y han marchado un jueves o un miércoles por la noche sin que haya amanecido, ni siquiera, por lo menos. Me lo temía. Han dejado todas las estanterías, los cobertizos, los mueble-bares, se han bebido todos los sifones, han desaparecido todos los carromatos con sus burros. Incluso los malabaristas de semáforo han abandonado su lugar, ahora mismo se ignora dónde se encuentran. Las papeleras están limpias, y el sol ha salido cuando se le ha puesto en las narices. Todo el mundo ha salido de la gran ciudad.
Los bárbaros que no toman vacaciones pues no tienen, pues no se las han dado cuando procedía, pues se las escaquean o caminan desolados habitualmente por las aceras, se encuentran exmuros. Aguardan descansados, eso sí, de un viejo cansancio. Sus hijos querrán volver a desayunar mañana. Sus hijos sacrificados desde la antigüedad por el progreso, la competitividad y el orden, las necesidades recién descubiertas, desean hacer por lo menos una comida al día.
Las gentes abandonan la ciudad ante la expectativa de un extraordinario consumo e irrepetible, único. Casi que solo una vez al año.
Los bárbaros esperan la larga marcha, el particular éxodo, la huida. Como cada año, no les desfraudarán. Esta vez, nos tememos, será la última.

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