domingo, agosto 16, 2015

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Un émbolo nuevo para mi corazón. Es es lo que espero. Tu manera de mirar, mis dudas... La triste indecisión. Eso ya lo tengo. Todo eso ya lo tengo. Sólo es cuestión de acercarme. Mirarte. Durante un segundo. Dos. Tres. Cuatro. Contaré hasta diez. Y si estoy borracho, hasta quince. Tal vez. Tal vez ni te gires. Y si te giras, ni me mires. Mejor así. No. No es mejor así. Mírame. Sonríe. Sonríe. Uno. Dos. Tres. Sonreímos. Cuatro. Cinco. Seis. Nos miramos y sonreímos. Siete. Ocho. Nueve. No hay nadie a nuestro alrededor. ¿Han desaparecido los coñazos, todos los soñadores, y sólo quedamos nosotros y mi mirada fija, absurda, y sólo quedamos los asesinos, los vulgares, los fijos, los perennes, los borrados, los-que-no-tenemos-casa"? Diez. Once. Doce. Trece. Demasiados los segundos, ¿no los ves? Catorce. ¿No son demasiados? ¿No te parece que...? Quince. Te giras y te vuelves y sigues sonriendo. Catorce. Vuelves a poner una copa. Los hielos. El ajetreo de la noche, ¿sabes? Trece. Continuas atendiendo a las chicas del fondo. A la muchacha de la cara amarilla y camisa brillante. Al muchacho con ojeras que no deja de sacudirse la nariz impaciente. Doce. Al chico con camisa de flores y parkinson. A la sombra tatuada. Once. Otro hielo y otro. La botella que emite un reflejo que te toca levemente, la mano, incandescente cristalino cobrizo. Diez. Apenas hay sitio. El remolino de sombras, el remache de rostros. Parece que hay orden de que quiten la música. Nueve. A las 3 y 20 de la mañana. Pero parece que se extiende, la gente se pone un puntito nerviosa. No se consigue otra copa más. Ocho. Aspavientos. Seria ahora. Te sigo mirando aunque no sepa dónde tengo ya los ojos, la boca aplastada por el alcohol pero no por la frustración de. Siete. Mi, lejana ya, intentas explicarle a un tipo que la música ha terminado, de dos metros, las conversaciones monstruosamente vivas, la barra está embargada de agua. Seis. ¡Id saliendo, chicoooooos! Entendiéndose como una broma la voz de la puerta... Cinco. El trajín. Cuatro. Continuo de prendas de vestir. No se cuela pero es interceptado entre una y otra puerta y los manoteos del camarero. Tres. ¡Está cerrado, chavales! Ojos tristes, cariacontecidos, casi leves... ¿Ni para un chupito? Dos. Te has ido al fondo de la barra del lavavasos. Otra noche. Uno. La puerta está frente a mí. Ante la puerta hay un guardián. La puerta y la puta calle. Fría. Siempre sola. Al final, la misma marabunta de cabezas desfilando calle abajo.

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