"Del
deporte se puede salir", reza su camiseta. Todo el mundo a la entrada
del parque parece enloquecer vestidos con ropa de la más deportiva,
brillante y chillona. Colores manzana ácida, fresa chispeante, naranja
multicolor, negronegro, apretadas, peludos, pechugonas, paquetazos,
rapados, luminiscentes.
Todo el mundo ha decidido correr arriba y abajo... deslizarse cada vez más deprisa.
"¡Vas demasiado lento, amigo!". Se han extinguido en esta parte y ya en casi todas los paseantes.
Allá,
más arriba, están los perros y sus dueños pegando voces a los animales
que te persiguen y asaltan para lamerte, hacerte fiestas o lanzarte un
colmillito al cuádriceps... no tengo ni puñetera idea de cómo
reaccionar, lo juro.
¡Ah!, las parejas,
jóvenes que aún no han llegado a la cuarentena para independizarse y
que, aunque se rebelen contra la gerontocracia criminal y monetarista
siempre les queda el consuelo de "háztelo tú mismo" al albur de un
centenario árbol mucho más sabio pues tampoco el mantiene recato alguno
en ofrecernos sus formas más concupiscentes como si hubiese entendido
que el sentido es amar y ser amado y nutrirse del agua clara o del pis
de un deportista que se ha hidratado demasiado y ahora expulsa fuera de
sí materia orgánica, mineralizada en exceso sin un ápice de
bilirrubina. Mientras, junto a otro árbol un poco más centenario y aún
más humilde que el anterior, un perro con un baile divertido olisquea
antes de vaciar su vejiga en aquél que agradece los nutrientes.
"A mí, qué quieres que te diga, me hace mucha gracia cómo camina el mirlo".
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