domingo, octubre 04, 2015

Diario de un globero

Un par de gotas y la gente desaparece. Al ir hacia aquel pueblo me encontré casi atascado en el paseo hacia la C.C. La gente paseaba tranquilamente. Unas improvisadas canchas de baloncesto promocionando no sé el qué pero que arman mucho ruido están atestadas de futuros jugadores de baloncesto, exjugadores de baloncesto, auténticos jugadores de baloncesto, y padres y madres y jóvenes y no tan jóvenes, niñas y niños que corretean entusiasmados en medio de una sana algarabía. Sigo dando pedales y por fin llego a una zona muy despejada. Hoy es el santo Día de la Bicicleta y nada más empezar el recorrido me he topado con un par de familias perfectamente equipadas y un crío desde la calzada saludando a los ciclistas.
Al tomar el anillo ciclista la cosa se aclara un poco. Subidas y bajadas, pasos que salvan la autovía, y tomo la carretera con un buen arcén. Respiro. Vuelvo a respirar. Sólo ha pasado un kilómetro del excalextric y ya huele a pino a eucalipto, a tierra mojada (pues ha llovido esta noche, pues va a lover más tarde), a vida, joder, a ganas de cantar llenándote de perfume, de oxígeno que te envejece poderosamente las células.
Al fin llego al pueblo. Uno de esos pueblos que se caracterizan porque en casi cada bar hay una bandera de España pues creo que es el pueblo más español de España. En Burgos hay un mesón que te recibe con una enorme bandera de España a la derecha. Los camareros llevan en el cuello del polo la bandera de España. Son todos muy españoles.
Sigo adelante y me encuentro con que el camino hacia Colmenar está cerrado por una enorme valla en el aparece escrito Zona de Seguridad. Una zona de seguridad que corta en un tajo contundente un camino hacia el embalse junto a uno de los pueblos más españoles de España. Supongo que será un polígono de tiro.
Me vuelvo por la ribera. El camino se corta abruptamente con un complejo deportivo de gente de polito y audis y mercedes y toda la vaina. No quiero seguir por un camino que más parece un patatal. Tendré que tomar de nuevo la carretera. Nada más.
Cuando vuelvo a pasar por las canchas de baloncesto improvisadas, me encuentro con que las cuatro gotas de hace un rato y la hora de la comida han espantado a todo el mundo. No hay nadie. Antes apenas se podía circular por ahí y ahora sólo se ven a unos muchachos repartiendo merchandaising a unos abuelos que pasan por ahí, intentando deshacerse de ello, y a unos chicos que juegan en una de las cuatro o cinco canchas. Vuelvo rápido a casa. Apenas hay nadie por el paseo más concurrido de Madrid, por el Madrid-Río, casi tanto o más que la Pasarela Gran Vía.

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