Te han despedido de todos los lugares. Te encuentras solo y
cansado. Mucho más viejo que viejo. Te han despedido de todos los lugares. ¿De
todos? No, de todos, no… de todos menos uno. De ti mismo, no. Nunca. Sólo
cuando llegue el final.
A partir de los 45 ya no se puede ser protagonista de nada a
no ser que tengas cierto poder para desestabilizar la vida de otros. Empiezan a
sugerirte cosas que no sabías que existieran, o a operarte, a meterte una aguja
de coser, hilo, o a olerte, y a probar tu peso, tu color, tu sangre. Se quedan
con tu sangre para realizar otro ser como tú que no valdrá nada, para llenarte
de miedo y de clones a los que encontrarás en la calle y que reconocerás como
tus amigos pero con 20 años menos, “qué casualidad” piensas, y sigues caminando,
pero no es ninguna casualidad, está todo planificado, porque están clonando a
ciertos individuos. Lo que ocurre es que me faltan datos suficientes para saber
el porqué de todo ello. Me faltan datos a mí, esta voz que te está hablando y
que nunca conseguirán clonar jamás, pues, creo, solo creo, que al clonar a un
individuo esta voz, es decir,
este-que-te-está-hablando-constantemente-y-que-no-desaparece no lo pueden
clonar. La voz de Pepito Grillo, si quieres llamarla así, tío listo. Y vuelves
a la carga y supones que existe algún interés en clonar aquella amiga… “¿será
su hija?, ¡joder!, ¡pero si es clavada a ella!”. Haces un gesto de incredulidad
pero luego te quedas pensativo (no pienses tanto) y te das cuenta que te estás
haciendo viejo y que te encuentras solo y cansado, que los amigos de ayer ya no
los ves pero eso que te ahorras, no tendríamos nada que decirnos, nos vamos
diluyendo, lentamente, y todo eso supone algo, no supone nada. Te digo que no
significa nada. Estableces sincronicidades al tuntún, todo lo relacionas en una
maraña inescrutable, dicen que es una enfermedad del estudiante de literatura,
que es el estudiante de ciencias en cada una de sus materias pero tienes que
despejar las incógnitas que son excrecencias (¡qué bonita palabra!), pedacitos
de papel, confeti de colores que se ha pegado a tu cuerpo sudado y desnudo
después de una noche de insomnio o una pequeña, débil urticaria producida por
el sudor constante, la noche cálida muy cálida que no deja de encenderse y
apagarse pues por tu mente transcurre más energía que en una torre de alta
tensión por las noches; mientras duermes, sudas y generas pensamientos como por
ejemplo éste en el que te despiden de todos los lugares, te ves raro en cada
uno de los sitios a los que vas, tu cuerpo casi deformado y tu mente no es la
pila de piedra, el hueco sencillo de donde brota un manantial, en aquel parque,
en mitad de la ciudad, lugar al que recurres y que has olvidado, la suave
brisa, la humedad, donde te cruzas con cientos de jóvenes que van a clase y
juegas a descubrir entre sus rostros, el tiempo que habitaste hace más de 20
años y te das cuenta de que llega el cuadro de Alberto Durero, La melancolía, a tu cabeza porque es
duro seguir haciendo casi lo mismo hoy mismamente, que transcurra el tiempo
alrededor de ti y no involucrarte para que esta sensación se disipe algún día o
tal vez todos, no, todos no, no todos creamos que haya reduplicaciones, que la
naturaleza no sea tan original como aparenta, porque parece que es todo
apariencia, que la naturaleza no sea tan única y que crea seres únicos, marca
de la casa, oportunidad inigualable, y los hijos sean el vivo retrato de los
padres y las madres, y que estos se empeñen en fundirse en ellos, en pretender
entenderlos porque fueron ellos, pero la voz que ellos tienen en sus cabezas no
es la misma, esa voz no se reduplica y sean entonces los mismos con distintos
fallos, la voz interior del nuevo individuo, todo lo más podemos acercarnos a
ellos y preguntarles si son o no son, si tienen o no tienen relación con tal y
cual, y nos mirarán raro y por eso te digo que te van despidiendo de todos los
lugares, ¡olvídate de ser protagonista de algo! Tal vez mejor dentro de otros
20 años cuando seas un viejo con un chisporroteo mental agradable para las
generaciones venideras, un señor con una conversación, miles de lecturas,
miles, millones de palabras ancladas en tu cerebro, conversaciones con uno
mismo como confeti luego de una noche de insomnio, y tengas pegados papeles de
colores pegados a tu cuerpo, y parezcas una gallina sudada y con la piel
desteñida y colgandera pero con alegría de vida, con la experiencia suficiente
como para ofrecer cierto consuelo con tu sola presencia, con ganas de
relativizarlo todo y permitir que la otra persona descargue su cabeza en la que
su voz se ha vuelto paternalista, temerosa, inflexible, puñetera,
contradictoria, un incendio constante y continuo.
Con tu sola presencia, la mirada. Volverás a recordar aquel
manantial fresco, cristalino, transparente y no hará falta ni siquiera de que
te sientas viejo, ni acabado, ni protagonista.
2 comentarios:
Hola viejito. Cuánto tiempo sin aparecer por aquí. Parecen siglos y, de repente, se abren tus palabras en la pantalla. Bueno, que aún quedan guerras que dar y recibir. Te lo dice una también desesperada por el calor.
Muchos besos.
Ana
Ya te digo si quedan guerras, batallas y enfrentamientos. Las propias y las ajenas. En fin. Besos, Ana.
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