Árboles gigantes como predicadores
de aldea.
Malas hierbas comentan cómo surgirá
el nuevo día,
con la convicción de que no se
desea ver menguado
un ápice el poder de su bolsa.
Eléctricos hipócritas
tranquilizan a los que a su vera se
acercan:
pájaros escuálidos,
pollitos de colores,
viejas chonis,
y jóvenes casi sin ánimo ni alma
ni hálito vital ni nada
pero con ganas de devastar
las catedrales de la
especulación
con un solo megáfono.
Eclécticas esdrújulas esconden su frutal
atonía
ofreciéndose como confeti
para ávidos poetas domingueros.
El runrún metafísico
caracterizado por una enorme K
que anuncia el paso ciclópeo
de las colonias penitenciarias.
La vecina golpea la pared
que me separa del abismo
como una alfombra.
La calle arde.
2 comentarios:
Jajaja. No soy un robot. Encantador poema estival.
Besos
Puramente descriptivo y un poco encorsetado pero gracioso, tiene algo de respiración maquinal, como si lo hubiera escrito un robot, jeje.
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