viernes, agosto 19, 2016

Natural naturaleza

Últimamente me encierro en los baños de los bares a pensar.
No quiero salpicar con mi mirada fija o ausente a aquellos que dejaron de hacerlo por miedo,
o para preservar a sus hijos de la calamidad.
Surgen de nuevo, otra vez, las revueltas pertinentes que son sofocadas con extraordinaria precisión quirúrgica por aquellos los dictores de la realidad en firme.
Es lógico dejar de pensar para sobrevivir y así existir largos años.
Es de sentido común no buscar sentido alguno.
Un par de generaciones cayeron bajo el engaño de la liberación total por el caballo y los viejos no renunciaron a ni siquiera un ápice de su poder.
Aquí están, siguen aún.
Condenando todo aquello lo que sea una amenaza para su campo abonado.


Me encierro en los baños a pensar.
Oigo en ocasiones las conversaciones con una pátina fecal a la que ya me he acostumbrado.
El orín viejo de la hipocresía,
la fetidez gobierna ya mi memoria pues mi memoria ya se ha acostumbrado a la costumbre,
y a la pegajosa necesidad creada que me nombra y me exige en un continuo viaje a la enajenación.
El olor que soporto es éste, a éste me he acostumbrado.
Resulta llamativo que cuanto más aseado está un cuerpo,
más podrido puede encontrarse por dentro.
Pero no es cuestión de establecer éticas,
pues las éticas en estos tiempos donde solo se igualan los montones de basura,
donde se estableció el "yo-más" como código único
se han transformado en cinismo,
cinismo como salvaguarda de las conciencias.

El disfraz de la retórica para retorcer el lenguaje.

Los nuevos negocios, la ambición y la codicia y el dinero: non olet.
Y yo me santiguo y rezo ante el espejo que malrefleja mi imagen de viejo canoso y ojos apagados,
y le exijo que me devuelva mi rostro,
hinco mis rodillas y agarro mis manos y retuerzo mis frágiles dedos repletos de manchas de senectud,
lunares disformes que ya campan a sus anchas en la diestra en la siniestra
y le suplico: devuélveme mi rostro.
El mundo se ha convertido en un enorme vertedero,
en una tubería herrumbrosa que ya no es capaz de verter agua sobre nuestras diarreas de consumo y efímero placer,
y te huelen el culo los perros al salir otra vez a la luz,
que es la que limpia nuestros rostros,
nuestras sonrisas,
y es la lluvia quien enjuaga nuestros anos
y todo eso lo hemos olvidado.
Hemos olvidado la ternura de la naturaleza para con nuestros cuerpos.

Y rezo a un dios muerto y enterrado en la cloaca del consuelo.

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