viernes, septiembre 20, 2019

La Poesía

A nadie le gusta la poesía, porque a nadie le gusta la verdad.
La verdad, la que late, la que vive, la que refleja el espejo día a día vuestro rostro,
la que os enfrenta a las desgracias y a las alegrías, a la casa recién encalada y a la recién destruida,
a la guerra y a la alegría de los parques cuando se llena de la primavera blanca, soleada,
la de memoria y amapola,
la que os sumerge en el lodo nutriente que como ninfea os alimenta,
la que os depara lo fugaz, el instante que se enmarca para luego por completo desaparecer

(observa qué mierda es esta la de las palabras-lápida, las palabras comodín, las palabras-a-cuestas-toda-la-vida, aquellas que se encuentran en las máquinas de expendedoras de batidos, refrescos, energéticas, con sus diminutas bolsas de aperitivos y su petróleo y su polímero, sus gasificantes, conservantes, edulcorantes, palabras-cementerio donde han enterrado a las palabras pues deben empezar con las palabras para acabar con los vivos, las palabras que no provocan malestar en aquellos los adalides de las palabras, las palabras de aquellos que utilizan palabras hermosas como radical... como si escupieran, recriminaran,
la palabra Radikal-Heinrich Heine, por ejemplo que es un ácido graso,
qué gran papel la apropiación de las palabras
los grandes políticos de este tiempo han devastado, han desollado a las palabras como ya hizo un Goebbels con vuestro marioneta rodolfohitler, ¿recuerdas Adorno? la canción tantas veces repetida pues ahora deben de alzarse con otras muy inglesas muy coliving, muy empresa colaborativa, muy de lanzamiento, y el capitalismo lee todas las noches los diarios de Goebbels como la biblia del buen samaritano que no deja su espíritu en su zona de confort,
las palabras-bonitas, las palabras de amor y caricia, las palabras de un cuerpo pequeño arrojado a la playa como un saco de berzas pútridas porque su cuerpo apesta, el trozo de carne que no consiguió llegar a la costa, apesta, ¿lo sabes?, mételo en tu casa le digo, mételo en una de tus casas, en tu casa de la costa azul, de la casa de manjatan, en el ropero de tu mujer en nuevadeli, mete ese saco de berzas que cada uno de tus empleados ha olido, ha probado para ti en tu casa)

La verdad del ser humano, de nosotros y vosotros,
la que compartimos y la que escondemos por miedo a que se despierte y nos llame por nuestro nombre más oscuro.
A nadie le gusta la poesía porque la verdad a nadie le gusta.
Aceptar el tiempo como una condena, o como un nuevo florecimiento que implica deshacerse de uno mismo otra vez si eso acaso fuera posible, si eso acaso fuera, no, no es posible...,
el que un hombre al fondo de un bar le suelte a su mujer, a su pareja, o a su amiga que acaba de tomar un trozo de papel entre sus manos
y que le ha extendido un poeta callejero
sí, que le ha extendido un poeta callejero
que recién ha entrado por el umbral donde yo fumo
fuera y dentro, justo en el umbral donde yo fumo y
donde aguardo las reacciones de la peña,
donde espero divertido ciertas reacciones de aquellos que comen y beben en aquella estrecha tasquilla del centro,
bien vestidos, arreglados un día de domingo, un tanto de provincias, disfrute y amistad, y sonrisas,
junto al viaducto de esta ciudad capitalina
en un lugar desde donde Baroja escribió la degradación de la infancia y el ser humano hace más de 100 años,
en una pequeña tasca, estrecha y profunda donde al fondo se ve a una pareja acompañada
por unos amigos más,
al fondo, entre el olor a la parrilla, entre el olor a chorizo y a morcilla a vino tinto, a sangre gorda, tinta de morcilla y roja, que parece engordar el paladar, mientras que yo observo el paso cansado del poeta callejero que se ha colado como una sombra en aquel bar del centro, una sombra demasiado humana en aquel bar del centro, la imagen sigue persiguiéndome desde entonces por eso escribo lo que ahora me dicto a mí mismo,
y el poeta callejero entra, reparte unas cuartillas, algunos, pocos las rechazan, otros ni se dan cuenta de la existencia de poeta, cuartillas, sombra, abrigo,
y al fondo aquel hombre
mientras ella acoge entre sus bonitas manos y sonríe,
alta, rubia, hermosa y tranquila,
la niña-cuartilla,
y él, que se ha fijado en el papel como si fuera una amenaza,
le suelta:
"no leas eso que te volverás loca".


No hay comentarios: