noctívagos revista

Tarde en la plaza de Agustín Lara.
El cielo, gris y pesado pero precioso. No sé qué tenía ayer la tarde que de tan adiciembrada parecía el lienzo de Hopper almacenada en un trastero, un lienzo -que dice Bolo- sin ocres, sin amarillos de perro semienterrado en la arena goyesco; un cielo sucio de ceniza sin viveza y la niebla aun haciéndolo más compacto, más seguro de su pesadez de plomo, de su perspectiva de camino de arena con charcos y olmos apuntando, desafiando a la sombra que es cielo.
Y con la vista, más tarde, pegada a la calle Primavera... para ver cómo la gente transcurre al otro lado, frío... y de nuevo pensaba que eso no podía ser real de tan casi película de Erice, atmósfera que te hace pensar con la sensibilidad distinta pero igual en que en er guisi hay un hogar en la cocina donde hacen judías y cordero y una sopa de cebolla con miso que te quita el sentío mientras dejas que tu mirada se descanse y piense de nuevo en cómo me gustaría estar en uno de esos caminos sorianos, ahora y escuchar el silencio del campo porque nos hace falta un poco de silencio de campo porque si no me vuelvo loco pero luego..., luego nada, no me muevo porque casi lo encuentro casi en Lavapiés. Y sé que esto no es verdad. Pero esa tristeza me parecía muy pura, ese cielo muy tranquilo. Casi que se respiraba todo.