jueves, marzo 14, 2019

El traidor

Samuel L. Jackson me corta la parte superior derecha de mi oreja izquierda con un afilado bisturí que saca no sé sabe de qué lugar. Un momento antes de la amputación, me lo muestra, hipnotizándome con el brillo, su forma, la belleza de la hoja afiladísima.
Sus ojos de sapo parece que se van a salir de las órbitas mientras sonríe de forma contenida. Su frente, perlada de finas lágrimas de sudor, es de color negro azulado. 
Samu me mira fijamente, se divierte y me explica, sin el porqué de su acto, por qué estamos ahí sentados, conversando. Dos personas tranquilas abordando un problema. Va completamente vestido de blanco. Pureza, y sangre que comienzo a sentir en mi oreja semiamputada. 
Percibo tras de mí la presencia de unos tipos que no suponen amenaza alguna, porque me he quedado congelado, sumiso y congelado ante la contemplación de aquel afilado bisturí quirúrgico. El preciso y delicado utensilio recorta como un papel limpio mi oreja. 
Al sentir la sangre sobre mi hombro, decido salir corriendo. Él no ha dicho nada mientra sostenía con sus dedos el recorte ejecutado de mi oreja. El castigo (pero ¿por qué, cuál ha sido el motivo?) se ha llevado a cabo. 
Bajo a la carrera un piso y otro piso, y otro más. El edificio donde he dormido esta noche se encuentra en construcción. Las escaleras están de obra, sin remates, desnudas, como esqueletos polvorientos, con la excrecencia propia de la acumulación del yeso y del cemento, la rugosidad de sus formas, algunos encofrados henchidos de burbujas, los nervios metálicos que apenas se ven por el entierro del hormigón. 
Llego a la calle. No hay un alma. La luz de la mañana, un lugar en el que nunca he llegado a estar. 
Me he librado de la pesadilla, me siento como un traidor. 



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