domingo, marzo 03, 2019

Un encuentro


-¿Yo?, ¿qué voy a ser escritor?
-¿No tiene ninguna obra publicada, algún libro de poemas?
-¡Déjeme en paz, caballero!
-Ya, sí, lo sé… pero es que recuerdo un par de sus libros y uno de ellos llegó en una etapa crucial en mi vida. Para mí fue un revulsivo, una nueva esperanza, un acicate… ya sé que es una de sus palabras, pero…
-¿Quiere soltarme de una vez?
-Entiendo, entiendo que le incomode, que no sea el sitio adecuado para hablar… yo tampoco hubiera supuesto que nos hubiéramos encontrado aquí, los dos, charlando como dos viejos amigos.
-¿Dos viejo amigos? ¿Está usted loco?
-Lo siento tan cercano a mí. Al leer sus páginas…
-Perdone. Pero lleva usted más de diez minutos dándome la brasa en este lugar sobre un supuesto autor al que por supuesto ni por asomo conozco, porque yo, la literatura, ni la huelo, ¿me entiende? Y por eso, lo que usted me dice me está molestando. Basta, basta, ¡hombre!, y haga el favor de soltarme el brazo. No me interrumpa más.
-Pero  no me negará que, ¡vamos!, quiero decir que usted… Ya, comprendo, lo que ocurre que nos hemos encontrado en mal momento. No hay ningún problema. ¿Cómo podría comunicarme con usted? ¿Algún modo de ponerme en contacto? ¿Podríamos tomarnos un café mañana..., pasado?

El presunto escritor le observa fijamente a su “secuestrador” unos segundos: 2, 3, 4. El “secuestrador” no afloja la presión sobre el codo de la víctima por lo que esta, debido a un gran sentido de la educación o del respeto, no decide realizar un movimiento brusco y zafarse de la presión que ejerce. La mirada fija no surte efecto. En absoluto. No muestra ningún movimiento en su cara con el que insinuara: “lo he comprendido, aflojaré un poco, seré comprensivo”. 
El presunto escritor ve muy violenta su huida. Piensa que se va a comportar de manera brusca y muy poco habitual en él, es más, nunca había tratado así a un semejante.

-No sé lo qué quiere, caballero. Le he repetido varias veces que yo no soy la persona que usted me dice que soy.
-Ya, entiendo.

El hombre afloja la presión. Se separa apenas un metro. En estos tiempos es difícil que un gran escritor se muestre accesible, se eche una parrafada con un admirador. ¡Si hubiese sido otra persona bien diferente, otra apariencia, otra cara, otra manera de hablar, de comportarse, de moverse...! Pero no, piensa el “secuestrador”. Se da la vuelta, se marcha.
El presunto escritor rumia que es lo más loco que le ha pasado en mucho tiempo. Nunca le habían confundido con un personaje de éxito, él, que nunca ha tenido reconocimiento, que nunca sabrá lo que es la fama. Durante toda la tarde meditará sobre ello: fama, éxito, reconocimiento. Otra persona completamente diferente, ajena incluso a él mismo. Que piense que alguien le sigue con la mirada. "Mirad, ¡por ahí va un genio! ¡Un ser que bien comprende lo que es la vida!".
Los dos vuelven a su camino. Sus pisadas se extravían en el ruido común, en el tráfago cotidiano y ensordecedor de la ciudad.
El presunto escritor esa misma tarde comienza su primera novela. El “secuestrador”, víctima de un proceso depresivo que le dura muchos años se despide de la vida. No se volverán a cruzar nunca más.


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