Justo me han despertado las voces de dos pajes que discutían en la calle.
Concretamente, la paje tenía un voz bonita y por ello me ha hecho saltar de la cama, dirigirme al salón, abrir las puertas del balcón y soportar el frío, acodarme en la barandilla, mirar hacia abajo y descubrir, en la esquina, frente al restaurante, a la voz hermosa, con un apagado pero elegante abrigo negro, los brazos cruzados sobre el pecho y larga melena oscura (acertaría si dijera con botas de caña alta), y que giraba sobre sí misma mientras asumía la voz (sí, ahora, justo ahora) del otro paje un punto más nerviosa, más afectada.
Así que creo que he vuelto sobre mis pasos buscando mis regalos, no sé por qué, y me he sentado luego de no haber encontrado nada (por supuesto), y he escrito: suenan la cinco de la madrugada en el reloj de pared del vecino de arriba, musicales, espaciados, occipitales, contundentes.
De lo demás, ni recuerdo.
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