martes, enero 08, 2013

Una goma del pelo amarilla en el bolsillo trasero de mi pantalón



El otro día estuve comiendo con unos amigos en el restaurante de otro amigo en el que trabaja toda su familia. Sí, así es. Es un negocio familiar. Es un negocio que va tirando, donde se trabaja a saco para dar de comer a todo el mundo y bien y donde hablas con la madre de tu amigo y te dice “¡qué gordo estás!”, o con el hermano que ni siquiera te saluda porque nunca te reconoce, y se conversa con la gente que hay en la pequeña barra que da paso al comedor y se hacen bromas y me gusta robar los torreznos de otras mesas y donde todo parece que funciona pero casi todo el mundo está jodido pero te sientas a la mesa y te bebes un par de botellas de vino entre unos amigos y comes una comida que hace la madre de mi amigo y es casera y buena y rica y te levanta el ánimo y hablas de cosas trascendentes e intrascendentes, de la vida y de la muerte, así, y mientras hablamos del pasado y del futuro van pasando las ensaladas con queso de oveja, la dorada, el judión, y llegan los licores y cierra el restaurante y nos quedamos dentro un buen rato charlando, bebiendo y hablando, y seguimos haciendo planes y mirando al pasado.
Se echa el cierre aquí pero seguimos un rato, nos tomamos un gin-tonic en un bar argentino repleto de chapas con viejos anuncios de una cerveza muy conocida aquí pero, por lo que vi, también argentina. Acompaño a mis amigos al coche. Les esperan sus trabajos, sus niños, sus compromisos. Yo sigo por las calles rumbo a los bares de mi barrio, estoy de nuevo de vacaciones. Con  paso firme y sereno. Se combinan cervezas sin alcohol con alcohol y una detrás de otra y me encuentro con unos colegas en el bar de los colegas de siempre y nos ponemos a hablar de música, de The Only Ones, hasta que caigo en la cuenta que en vez de pedir cañas porque no me pido esos fantásticos vasos de pinta de cerveza (una medida aproximada) y caigo en la cuenta al cabo de un rato de que mis pasos me están llevando hacia otro garito que son más de las dos AM y que estoy anestesiado, que no hace frío ni calor y que apenas sé si estoy dentro de mi cuerpo o subido a un árbol o me he transformado en un trozo de luz que ahora entra por la puerta y deja caer un peso sobre un pesado banco de madera y que la oscuridad al fondo de aquel bar hace todo lo demás pues al volver(me) mi cara hacia la izquierda veo una cabeza que creo que no es la mía, una preciosa y enorme cabeza que mira hacia el frente, creo que ignorándome pero me doy cuenta de que estoy hablando con él o con ella, y me fijo en sus grandes rizos dorados, (¿en sus rozos dorados?) en su enorme cabeza casi angelical, no sé si he pedido una cerveza, no sé si estos ojos que ven son los míos o son los de un sueño de alguien que me sueña lo cierto es que esa figura me habla y que la escucho y que para que sea real y no todo ese sueño que me sueña, todo aquello que he escrito un par de líneas más arriba, y me entrega algo “para que puedas acordarte”… Entramos La Cabeza y yo en otro garito y al rato me doy cuenta de que estoy mirando fijamente al camarero y que el camarero me reconoce pero no sabe  qué es lo que quiero porque realmente no sé si soy yo el que está mirando al camarero o es otro que tiene mis ojos pero que no tiene mi boca y me doy cuenta de que mi cerebro se decide a hablar y me recrimina entre diminutos chispazos que forman un mensaje duro como una piedra que se deshace entre las neuronas de mis cerebros, porque en este momento no sé si tengo un cerebro o dos o más, como si fuera arena, como si fueran plumas sónicas: “¡pero qué estás haciendo…!”. Y me marcho pero no sé si me marcho yo o solo mi cerebro…
Así que no sé, no sé cómo he llegado hasta aquí, qué hago en mi cama y toda esa luz ahí fuera, pero ¿cómo he conseguido volver otra vez hasta aquí? Así que comienzo a recordar y me viene a la mente aquella cabeza, aquella mirada fija hacia el frente, aquellas palabras que seguramente cruzamos pero que nunca recordaré ni sabré nunca de qué estuvimos hablando y me registro los pantalones para comprobar que sí, que ahí está: es una goma del pelo amarilla. Nada más que una goma del pelo de color amarillo en el bolso trasero de mi pantalón.

2 comentarios:

Æ dijo...

Me gusta la inspiración psicodélica de la circunstancia de "Una goma del pelo amarilla en el bolsillo trasero de tu pantalón"

Saludos. ;-)

Anónimo dijo...

El "celebro" chino siempre está de fiesta, de ahí su asombrosa capacidad laboral. Jls